13 agosto | TODOS
«Las aguas me rodearon hasta el alma, me cercó el abismo; el alga se enredó a mi cabeza. Descendí a los cimientos de los montes. La tierra echó sus cerrojos sobre mí para siempre; pero tú sacaste mi vida de la sepultura, Jehová, Dios mío» (Jon. 2: 5-6).
Jonás es conocido en la Biblia como el profeta que se negó a cumplir la misión. En vez de dirigirse a Nínive para evangelizarla, descendió al puerto de Jope y no paró de caminar cuesta abajo hasta llegar a las profundidades del océano.
El ser humano tiene solo dos alternativas. O camina con Dios y sube a las alturas insondables de los planes divinos, o se aparta de él y desciende al abismo de sus confusiones humanas. No hay término medio. Jonás escogió la segunda opción y acabó con las aguas rodeándole el alma. En el fondo del abismo las algas se enredaban en su cabeza, lo tenían sumergido en las oscuras raíces de su dolor, encarcelado en la prisión de sus decisiones erradas.
Pero el relato bíblico no termina en tragedia, sino en redención. Desde las tenebrosas profundidades de su situación caótica, Jonás clamó al Señor, y más tarde escribió: «Tú sacaste mi vida de la sepultura, Jehová, Dios mío».
Gloria a Dios porque no da por imposible al ser humano. Puedes haber descendido a las profundidades más tenebrosas, o haberte distanciado del Señor, usurpando la vida que él te confió; pero, si un día el Espíritu toca tu corazón y clamas a él, los ángeles de los cielos vendrán inmediatamente a sacarte del pozo de esclavitud en el que estás sumergido.
En Acción
No hay distancia que no pueda ser franqueada por el amor de Dios, no hay oscuridad que no pueda ser alumbrada por la luz del evangelio. Y nunca es tarde para regresar. Tienes a Dios a tu disposición, ¡aprovéchalo! Canta “La oración de Jonás” (si es posible, con tu familia).