23 de agosto | TODOS
«Y le preguntarán: “¿Qué heridas son estas en tus manos?”. Y él responderá: “Las recibí en casa de mis amigos”» (Zac. 13: 6).
En este texto el profeta Zacarías nos transporta a los cielos. Los redimidos, rescatados por el poder del evangelio, se gozan y alegran en el Señor. La historia del pecado ha llegado a su fin. El dolor, el sufrimiento y la muerte han desaparecido. Estamos de regreso a la casa del Padre.
Sin embargo, hay redimidos que no conocen la historia de la redención y le preguntan al Señor: «¿Qué heridas son esas que tienes en las manos?». Ellos no han leído la historia de la Cruz, ignoran que el Salvador derramó su sangre para salvarlos, y anhelan saber lo que originó esas cicatrices.
Este texto describe la misericordia infinita de Jesús. Habrá gente en el cielo que llegará allí sin haber conocido el evangelio que redime. ¿Cómo es posible esto? Tal vez el apóstol Pablo responda esta cuestión al decir: «Cuando los gentiles que no tienen la Ley hacen por naturaleza lo que es de la Ley, estos, aunque no tengan la Ley, son ley para sí mismos, mostrando la obra de la Ley escrita en sus corazones, dando testimonio su conciencia y acusándolos o defendiéndolos sus razonamientos» (Rom. 2: 14-15).
Dios ha insertado en el corazón de cada ser humano la voz de la conciencia, a través de la cual trata de orientar sus acciones. Su gracia es abundante manantial de vida para todo aquel que adora al Señor con la luz que recibió. Ningún ser humano tiene el derecho de decir quién se salvará o se perderá. El hombre solo ve lo que está delante de sus ojos, pero Dios ve el corazón, y ve con los ojos de su misericordia infinita.
En Acción
Aplicado a Jesús, el versículo de hoy alude a las huellas físicas de la cruz. Lo maravilloso es que llama «amigos» a quienes se las produjeron. ¿No te derrite un amor así? ¿No te dan ganas de salir a proclamarlo a los cuatro vientos?