28 de agosto | TODOS
«Viendo la multitud, subió al monte y se sentó. Se le acercaron sus discípulos, y él, abriendo su boca, les enseñaba diciendo: “Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos”» (Mat. 5: 1-3).
Las palabras del Maestro sacudían el alma. Eran flechas incendiarias del Espíritu que penetraban el corazón más endurecido. Los incrédulos podían fingir que no entendían, pero en el tribunal de la propia conciencia se veían descritos por esas palabras. Aquella mañana Jesús subió al monte y desde allí les enseñó la clave de la felicidad. No es ningún arcano recóndito, no se trata de descifrar un oscuro criptograma, ni se trata de una fórmula misteriosa; es vivir con él y reflejar su carácter.
El Maestro dijo que las personas felices o bienaventuradas son aquellas que aprenden a ser pobres en espíritu, las que lloran, son mansas, tienen hambre y sed de justicia, son misericordiosas, poseen un corazón limpio, son pacificadoras, saben sufrir la persecución, y soportan el insulto y la calumnia. «A través de las bienaventuranzas se nota el progreso de la experiencia cristiana» (Elena G. White, El discurso maestro de Jesucristo, pág. 17).
Sus oyentes, aquel día, se preguntarían cómo con esas características podrían derrotar a un poder tirano, duro y sanguinario como el de Roma, que los dominaba. Lo que más deseaban era librarse de ese poder subyugador, pero entonces apareció Jesús enseñando mansedumbre y humildad, y que la felicidad consiste en ser un pacificador que soporta en silencio las desdichas de este mundo. Este mensaje seguramente los contrarió. Ignoraban que el Maestro no se refería a requisitos para conquistar el poder fugaz, seductor y mentiroso de este mundo, sino que describía a los hombres y mujeres que heredarían el reino de los cielos.
Dicho reino no funciona conforme a los planes de la mente humana. Somos inmediatistas por excelencia, priorizamos el aquí y el ahora, y olvidamos lo que realmente vale.
En Acción
Tal vez te tiente asumir «aires de grandeza», pero es la senda de la sencillez la que te hará feliz. Aprende a dar valor a lo que realmente la tiene, aunque te parezca «pequeño», y empezarás a saborear la felicidad en cada experiencia de la vida. Canta “Las bienaventuranzas” (si es posible, con tu familia).