29 de agosto | TODOS
«Vosotros sois la sal de la tierra; pero si la sal pierde su sabor, ¿con qué será salada? No sirve más para nada, sino para ser echada fuera y pisoteada por los hombres. Vosotros sois la luz del mundo; una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder”» (Mat. 5: 13-14).
Vivimos en un mundo cada vez más insípido. María Suárez, ciudadana peruana de veintiocho años, se lanzó al abismo con su hijo en brazos desde un puente, paradójicamente conocido como el «Puente de la Vida». En un mensaje a sus familiares, María les decía que había perdido las ganas de vivir y que este mundo no tenía sentido.
Reinan la soledad y el vacío existencial entre la gente. Los valores son puestos cabeza abajo y los principios dejaron de ser eternos para tornarse nubes pasajeras que van de un lado a otro. Lo que era malo, hoy es bueno, y viceversa. En medio de esa distorsión de conceptos y valores resuenan las palabras de Jesús a sus seguidores sobre «la sal de la tierra» y «la luz del mundo».
Con estas palabras Jesús estableció la razón de la existencia. Cualquier objeto, persona o acción tiene sentido mientras cumpla con su propósito. El propósito de la sal es darles sabor a las cosas, pero si la sal no cumple más con su objetivo, pierde, de manera natural, su razón de existir. Como da a entender el texto de hoy, solo merece ser tirada a la basura.
Algo similar sucede con la luz. Nadie enciende una vela en una noche oscura para esconderla dentro de un recipiente, pues el propósito de la luz es iluminar. Los seguidores de Jesús son sal y luz.
Vienen a este mundo con un propósito. Su misión es darle sabor al mundo. No solo con la palabra sino con el ejemplo. Una razón básica de nuestra existencia como seres sociales es alumbrar la oscuridad moral con la luz de una vida iluminada.
En Acción
¿Aceptas esa razón de tu existencia? ¿Te gusta sazonar e iluminar, sin hacer alardes de ello, las vidas de las personas con las que te relacionas? Canta “Sal y luz” (si es posible, con tu familia).