3 de septiembre | TODOS
«Saliendo Jesús de allí, se fue a la región de Tiro y de Sidón. Entonces una mujer cananea que había salido de aquella región comenzó a gritar y a decirle: “¡Señor, Hijo de David, ten misericordia de mí! Mi hija es gravemente atormentada por un demonio”» (Mat. 15: 21-22).
Una mujer cananea se acercó a Jesús. No sabemos su nombre, apenas de dónde venía. Era de aquella región despreciada por el pueblo judío. Pero eso no importa. Tal vez de este modo cualquiera de nosotros pueda identificarse con ella. La pobre mujer se acercó a Jesús, pidiéndole compasión a gritos.
Al decirle: «¡Señor!», lo estaba reconociendo como su Dios. Ella enfrentaba un terrible problema y los hombres no podían ayudarla. Su hija estaba poseída por un demonio. No era dueña de sus actos. El espíritu maligno la conducía a donde ella no quería y la obligaba a hacer lo que no deseaba. La madre angustiada había buscado ayuda humana, pero nadie era capaz de ayudarla. Entonces oyó hablar de Jesús y salió a buscarlo. Solo Dios podría libertar a su hija. Por eso, reconoció la soberanía y el poder de Jesús y se rindió a sus pies, llamándolo «Señor». Más aún. Lo llamó «Hijo de David». Lo reconoció como el Mesías Rey que Dios había prometido y, desde su situación desesperada, apeló a la misericordia del compasivo Maestro de Galilea, el mismo que andaba por aquellos lugares sembrando esperanza.
No era un simple milagro lo que ella pedía, era el poder que viene del cielo para romper las fuerzas demoniacas. Sin embargo, las personas allí presentes, incluyendo sus propios discípulos, no necesitaban ver otra manifestación del poder divino, sino entender que la fe no se limita a un determinado grupo de personas. La verdadera fe traspasa los preconceptos y barreras religiosas que los humanos levantan. Aquella mujer cananea ejerció su fe en Dios y Jesús dijo que su historia quedaría registrada para la posteridad.
En Acción
«Al que a mí viene, no lo echo fuera», dijo Jesús (Juan 6: 37). No creas que él se queda impasible ante tu sufrimiento, ¡eso jamás! Cuenta con él, búscale y conócele cada día más y tu fe será como la de esa mujer cananea. Una fe bendecida por Dios.