8 de septiembre | TODOS

Venid, benditos de mi Padre

«Entonces el Rey dirá a los de su derecha: “Venid, benditos de mi Padre, heredad el Reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo, porque tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed y me disteis de beber; fui forastero y me recogisteis; estuve desnudo y me vestisteis; enfermo y me visitasteis; en la cárcel y fuisteis a verme”» (Mat. 25: 34-36).

La venida de Jesús, conforme con sus propias declaraciones, será en gloria y majestad. Estará sentado en su trono y rodeado de sus ángeles como señal que identifica su venida y evita el engaño de los falsos cristos. Jesús vendrá y todas las naciones se reunirán junto a él. ¿Para qué? Para que él separe a los seres humanos en dos grupos, como separa el pastor las ovejas de los cabritos.

Antes de la venida de Cristo, la humanidad forma un solo grupo. Da la impresión de que ovejas y cabritos pertenecían al mismo dueño. Pero, con ocasión de su retorno a este mundo, la apariencia de un solo dueño se elimina y aparece la realidad de que los cabritos pertenecen a un dueño y las ovejas a otro. La mezcla deja de existir. Ya no convive la diversidad de ideas, ni de conductas, ni de gobiernos o filosofías. Se produce la separación más radical que se pudiera imaginar.

Esta separación no la hace un simple ser humano, sino el propio Cristo que, junto a su Padre y al Espíritu, es el creador del universo. Ningún ser humano tendría derecho a hacer esa clasificación de la humanidad. Nadie tendría autoridad moral para hacerlo. Un juez puede tener autoridad legal, pero no moral. Ya nadie puede decidir lo que es, o no, políticamente correcto. La diferencia está marcada. Solo hay dos grupos. Ovejas y cabritos. No hay leones, jirafas, camellos, y rinocerontes. Solamente los que aceptaron a Jesús y anduvieron en sus caminos, y los que lo rechazaron y se mantuvieron indiferentes o ignorantes a sus enseñanzas.

En Acción

Es llamativo que la «criba» entre quienes están preparados para la vida eterna y los que no lo están dependa de sus frutos de amor. Hay algo muy conmovedor en ello. Solo un carácter semejante al de Cristo puede disfrutar en el reino de Dios. Canta “¡Venid, benditos de mi Padre!” (si es posible, con tu familia).