10 de septiembre | TODOS
«De cierto os digo que todos los pecados y las blasfemias, cualesquiera que sean, les serán perdonados a los hijos de los hombres; pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo no tiene jamás perdón, sino que es reo de juicio eterno» (Mar. 3: 28-29).
Un hombre me escribió no hace mucho, preocupado por su situación espiritual. Había sido infiel a sus votos matrimoniales y consideraba que había cometido el pecado contra el Espíritu Santo. Hay muchas personas que, como este caballero, no entienden lo que significa la blasfemia o pecado contra el Espíritu. Unos creen que el pecador insiste tanto en andar en sus caminos de mal, que llega un momento en que Dios se cansa de perdonarlo.
Pensar que Dios pueda cansarse un día de perdonar refleja incomprensión de la misericordia divina. Dios es amor y si el perdón es una manifestación de su amor, no puede acabar. Sin embargo, el pecado contra el Espíritu Santo es una de las verdades bíblicas más claras y categóricas. La blasfemia contra el Espíritu no es imperdonable porque Dios se haya cansado de soportar la rebeldía humana y se niegue a perdonar. Lo es porque el pecador, de tanto jugar con el pecado y racionalizarlo o pretender justificarlo, llega a dejar de tomarlo en serio, y finalmente se endurece al punto de no buscar más el perdón. Lógicamente, el Señor no puede obligar a nadie a recibir el perdón contra su voluntad.
Jesús habló de la blasfemia contra el Espíritu a un grupo de personas religiosas que pensaba que el pecado consistía solo en graves problemas morales como adulterio, robo y asesinato, pero restaban importancia a los pecados del alma, como el orgullo, la avaricia y otros ocultos en los rincones oscuros del corazón.
El mensaje divino es para los seres humanos de todos los tiempos. Para ti y para mí, para los que conocen las verdades bíblicas y para los que nunca conocieron el evangelio. Por eso la advertencia es: «Si oís hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones» (Heb. 3: 15).
En Acción
Lo malo de restar importancia al pecado es que reincides más fácilmente en él y te esclaviza sin darte cuenta. Llegas a perder la percepción moral y no calibras el mal que causa en ti y en los demás hasta que es demasiado tarde. ¡Mejor escucha, ya mismo, la voz del Espíritu!