16 de septiembre | TODOS
«Pero él les dijo: “No os asustéis; buscáis a Jesús nazareno, el que fue crucificado. Ha resucitado, no está aquí; mirad el lugar en donde lo pusieron”» (Mar. 16: 6).
Queramos o no, desde el punto de vista biológico tenemos fecha de caducidad. Si existe una estadística segura es que de cada cien personas, las cien mueren, más tarde o más temprano. Desde el instante en que llegamos al mundo, un invisible e inalterable reloj va consumiendo segundo a segundo nuestro peregrinaje por este mundo. Por cruel que parezca, esta es nuestra dramática realidad después de la entrada del pecado. No la podemos negar. Es una realidad dolorosa y lacerante, porque, a diferencia de los animales, que carecen de capacidad de razonar, nosotros sí somos conscientes de que la vida se nos va, como las aguas del río hacia las profundidades del mar.
Es justamente ser conscientes de nuestra pasajera existencia lo que ha estimulado la imaginación humana para crear mitos y leyendas que vislumbran el hallazgo de la fuente de la eterna juventud. Por otro lado, hoy la ciencia lucha desesperadamente para alargar los años de vida, con un éxito parcial, y más limitado en los países con menos desarrollo.
La Biblia, sin embargo, no habla de una fuente rejuvenecedora sino de la vida eterna que recibiremos en la Segunda Venida. Ese día los muertos en Cristo resucitarán primero. Será un día de alegría y júbilo. En el cual podremos reencontrar y abrazar a los seres queridos que la muerte nos arrebató.
La resurrección de Jesús probó que el hecho de resucitar no es una simple promesa sino una realidad. Aquel domingo en el cual Jesús resucitó, los discípulos andaban pesarosos creyendo que, tras morir el Maestro, sus esperanzas habían llegado a su fin. Pero la tumba se abrió y la muerte dio lugar a la vida. Ahora, la resurrección es una realidad para todos los que esperan la Segunda Venida.
¿Es esa también tu gran esperanza?
En Acción
¿Has perdido ya a algún ser querido a lo largo de tu vida? Es doloroso, pero no te deprimas. Piensa en la perspectiva del reencuentro que el amor de Dios y la resurrección de Jesús hicieron posible.