26 de enero | TODOS
«Entonces Moisés clamó a Jehová, y Jehová le mostró un árbol; lo echó en las aguas, y las aguas se endulzaron. Allí les dio estatutos y ordenanzas, y allí los probó» (Éxo. 15: 25).
Al ver, a lo lejos, el oasis encantado, el pueblo de Israel creyó que había encontrado la solución para la terrible sed que los consumía. Se frustraron, sin embargo, al percatarse de que el agua de Mara era amarga. No servía para beber. Agua seductora. Líquido engañoso que cargaba en sus partículas la semilla de la muerte. Traicionera como el pecado. Sucia, inmunda y fatal. Pero entonces, leemos en la Nueva versión internacional, «Moisés clamó al Señor y él le mostró un pedazo de madera, el cual echó Moisés al agua y al instante el agua se volvió dulce». El texto de hoy, según esa misma versión, termina diciendo que «en ese lugar el Señor los puso a prueba y les dio una regla como norma de conducta».
Ese pedazo de madera, o ese árbol según las versiones, es símbolo de Jesús que sana las aguas enfermas del corazón. Solo después de que el ser humano es perdonado, vienen las leyes y los mandamientos. Durante el peregrinaje en el desierto Dios estableció muchas leyes, estatutos y ordenanzas. La ley moral, cuyos principios son eternos, se guardaba dentro del arca del pacto, transportada por los sacerdotes a lo largo del viaje.
También les dio muchas leyes ceremoniales y sacrificiales que prefiguraban el sacrificio del Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Todas ellas llegaron a su fin cuando Jesús, el verdadero Cordero Pascual, entregó su vida por la humanidad en la cruz del Calvario.
Además de la ley moral y ceremonial existían muchas otras leyes civiles y sanitarias que regían la vida del pueblo. La razón era simple. Israel era una teocracia. No había presidente, ni congreso. El propio Dios legislaba en Israel, no solo para salvaguardar la experiencia de salvación, sino también para que reinaran el orden, la salud y una armónica convivencia entre las personas. Sin leyes prevalecería el caos y sería imposible una vida feliz.
En Acción
Agradece hoy a Dios sus permanentes cuidados, incluidas las leyes que nos facilitan la vida. Pero, aún más, agradécele el «madero» en que fue clavado Jesús y que endulza hasta las aguas más amargas, alentándote a amar a Dios y al prójimo cada día.