17 de septiembre | TODOS
«Repentinamente apareció con el ángel una multitud de las huestes celestiales, que alababan a Dios y decían: “¡Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres!”» (Luc. 2:13-14).
El ángel del Señor anunciaba a los pastores el nacimiento de Jesús, cuando repentinamente apareció una multitud de seres celestiales cantando loores a Dios. El himno que ellos entonaban anunciaba paz entre los hombres. Era el mayor regalo de amor que se podía ofrecer a gente oprimida por el poder romano de aquellos días. La paz que los ángeles mencionaban tenía un nombre: Jesús. El Hijo amado había llegado al mundo a restaurar el carácter deformado del ser humano y a enseñarle a ser manso y humilde de corazón.
Mientras hombres y mujeres se encuentren lejos de Dios, serán siempre egoístas, soberbios y vanagloriosos. Se trata de aspectos del carácter que alimentan los conflictos y las guerras. Donde no hay amor y abnegación, no puede haber paz. Uno querrá dominar al otro, el fuerte explotará al débil y el rico humillará al pobre.
Sin embargo, aquella fría madrugada, Dios anunciaba al mundo que Jesús había nacido y que ya no había razón para vivir en espíritu de constante contienda. Llegaba Jesús, agua limpia y cristalina que entra al corazón llevando paz. Fuente de vida y felicidad, agua que lava y purifica, que genera la fuerza para callar cuando es necesario y hablar cuando es sabio y prudente decir una palabra.
Los siglos han pasado y los hombres siguen corriendo desesperados en busca de paz, mientras Jesús, con los brazos abiertos, no ha cesado de llamar e invitar a beber en la fuente de paz que realmente satisface.
En Acción
Siendo un bebé, los ángeles proclamaron que Jesús ya estaba dando «gloria a Dios en las alturas», al evidenciar así el carácter divino. ¿Quieres tú también darle gloria al Padre? Canta “¡Gloria a Dios en las alturas!” (si es posible, con tu familia).