24 de septiembre | TODOS

Jesús desea hospedarse en tu casa

«Jesús le dijo: “Hoy ha venido la salvación a esta casa, por cuanto él también es hijo de Abraham, porque el Hijo del hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido”» (Luc. 19: 9-10).

Una multitud seguía a Jesús aquella tarde en Jericó, la ciudad de las palmeras. Gente de todos los tipos y condiciones intentaba llegar hasta Jesús. La fama del Maestro se había esparcido por la región. Las personas habían oído hablar de sus milagros y curaciones maravillosas y se aproximaban a él con la esperanza de recibir un poco de aquellas bendiciones. Entre esa gente caminaba también Zaqueo, un publicano odiado por todos. Los publicanos eran judíos que trabajaban para Roma recogiendo gravosos impuestos del pueblo. Eran despreciados y rechazados. Considerados sin derecho a la salvación.

El caso de Zaqueo era peor porque se trataba de un hombre rico y deshonesto. Aprovechaba el cargo público que ejercía para llenarse los bolsillos de dinero. Todos lo sabían. Él, más que nadie. Carecía de paz en su corazón. Se consideraba perdido y sin esperanza. Por eso aquella tarde intentó acercarse a Jesús, pero no pudo. La multitud apretujaba al Maestro y él era pequeño de estatura. Entonces, se subió a la parte alta de un sicómoro con la esperanza de verlo aunque fuera de lejos.

Repentinamente Jesús paró y dirigió la mirada hacia el árbol. La multitud acompañó su mirada. Allá, en la copa del sicómoro, estaba Zaqueo, temblando, emocionado, y el Maestro le dijo que bajase porque esa noche se hospedaría en su casa. Al llegar, dijo Jesús: «Hoy ha venido la salvación a esta casa!».

¡Qué gran día para un pobre pecador! De mañana era solo un cobrador de impuestos despreciado y rechazado. Por la noche, era aceptado, amado y homenajeado por el Señor de la salvación.

En Acción

¡Con qué rapidez bajó del árbol Zaqueo cuando Jesús se lo pidió! (Ver Luc. 19: 5-6). Lo hizo con la naturalidad que infunde la libertad recién adquirida. Y con la humildad de un corazón renovado y listo a cambiar de vida ya mismo. ¿Estás tú también dispuesto a «descender del árbol» y recibir a Jesús en tu casa?