26 de septiembre | TODOS
«Llegaron a la aldea adonde iban, y él hizo como que iba más lejos. Pero ellos lo obligaron a quedarse, diciendo: “Quédate con nosotros, porque se hace tarde y el día ya ha declinado”. Entró, pues, a quedarse con ellos» (Luc. 24: 13-49).
Dos hombres caminaban tristes en dirección de Emaús. Habían salido aquella tarde de Jerusalén después de vivir la más dramática experiencia de sus vidas. Jesús, aquel a quien ellos consideraban el Mesías libertador de Israel, había muerto crucificado, y sus expectativas y aspiraciones habían sido enterradas con él.
Caminaban aquellos hombres en la penumbra del atardecer, meditabundos y cabizbajos, cuando súbitamente se les unió un peregrino. El extraño caminante les preguntó la razón de su tristeza y de ese modo se inició entre ellos una conversación sobre los recientes acontecimientos de Jerusalén. Aquel hombre les habló de Jesús, les dijo que era necesario que sucediera todo de la forma como había sucedido para que se cumplieran las Escrituras.
Al llegar a Emaús, una aldea ubicada a dos horas y media de camino de Jerusalén, el peregrino hizo amago de no detenerse, pero ellos lo animaron a quedarse con ellos, a lo cual accedió.
Ese peregrino era Jesús. Lo percibieron cuando a la hora de bendecir los alimentos vieron las heridas de los clavos en sus manos. Intentaron decir algo, pero él desapareció.
También hoy ya se hace tarde y el día ya ha declinado. Guerras, pandemias y cataclismos anuncian que la noche está llegando. Ya no es tiempo de permanecer indiferentes. Es hora de invitar a Jesús a que se quede con nosotros. Él está siempre dispuesto a aceptar la invitación de sus hijos sinceros.
En Acción
De repente aparece a tu lado, quizá sin descubrirse, tal vez en tus horas más tristes. Si en el fondo lo añoras, no tardará en dársete a conocer. Entonces, invítalo a entrar en la cámara secreta de tu alma.