27 de septiembre | TODOS
«Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros lleno de gracia y de verdad; y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre» (Juan 1: 1-14).
El ser humano estaba perdido y condenado a su triste destino de muerte. Era un camino escabroso que él mismo había escogido. Sendero de rebeldía, dolor y tristeza. El universo contemplaba la tragedia de gente esclavizada por sus propios instintos.
Hombres y mujeres que se herían unos a otros, se ahogaban en su egoísmo y se hacían sufrir sin entender la razón de su absurda conducta.
Y Dios decidió salvarlos. Lo había decidido desde antes de la fundación del mundo. El Verbo eterno, que existía cuando los tiempos todavía no se contaban, el Creador que era antes del principio de todos las creaciones, se hizo carne y vino a este mundo de pecado y miseria. Esta es la buena nueva del evangelio. No fuimos nosotros quienes buscamos a Dios, a pesar de nuestra calamitosa situación. Fue el Señor quien dejó todo en el reino de los cielos y vino a buscar y a salvar lo que se había perdido.
Caminó entre los hombres y mujeres de sus días, reflejando en su vida gracia y verdad. En Cristo no había términos ambiguos ni medias verdades. No había sombra, ni mezcla alguna de tinieblas en sus palabras. Llamaba al pecado por el nombre que le corresponde. No consideraba liviana la rebeldía humana. Lo que era necesario decir lo decía, pero con gracia. No gracia de gracioso. Aunque era alegre, en su vida no existía nada que motivase la risa superficial y barata. Era gracia de comprensión, de misericordia y de amor, que llevaba esperanza y paz a los corazones desesperados.
En Acción
Dios humanado… por ti. Si eres presa de una baja autoestima, recuerda que Jesús no se habría hecho carne si tú no fueras valioso. No importa lo que otros piensen de ti, ni tus errores pasados; levanta los ojos al cielo y agradécele tan grande amor. ¡Y hazlo ahora! Canta “El Verbo era Dios” (si es posible, con tu familia).