28 de septiembre | TODOS
«De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree no se pierda, sino que tenga vida eterna» (Juan 3: 16).
No existe en el mundo alguien que deba osar decir que para él o ella no hay salvación. La muerte de Cristo en el Calvario le quita ese derecho. Que alguien diga: «No quiero ser salvo» es legítimo, porque la salvación es un asunto de libre albedrío. A nadie se le obliga a salvarse. Pero que alguien diga «Para mí no hay salvación» no es verdad, porque de tal manera amó Dios al mundo que entregó lo más valioso que tenía.
La expresión «de tal manera» intenta describir la magnitud del amor divino y no lo alcanza. No existe manera de medir el amor de Dios. Por eso el poeta evangélico Frederick Martin Lehman escribió que si todo el cielo fuera un papel inmenso, si todo el agua del mar fuese tinta, si cada hoja de árbol fuese un lapicero y si cada ser humano fuese un escritor, no sería suficiente para describir el amor de Dios por la humanidad.
Lo maravilloso del texto es que el amor de Dios no se limita a palabras elocuentes, ni es una declaración romántica y sentimental, sino que Dios entregó a su Hijo en sacrificio por nosotros.
Imagina aquella noche terrible de la crucifixión: el Padre, contemplando desde el cielo el sacrificio de su hijo amado que sufría los horrores del pecado en manos de sus verdugos. Observa los ojos del Padre al oír el clamor del Hijo: «Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (Mat. 27: 46). No. Tú y yo jamás seremos capaces de amar de esa manera. Pero Dios lo hizo por nosotros.
Ahora la salvación está en tus manos, porque si bien es cierto que Dios amó a todos, y todos pueden salvarse, el sacrificio de Cristo en la cruz solo es válido para los que creen. La salvación no se impone. Es tu opción aceptarla o rechazarla. Nadie tiene por qué sufrir más en las arenas movedizas del pecado. La salvación es una realidad escrita con la sangre de Jesús.
En Acción
Fíjate bien, Dios entregó a su Hijo al mundo (entero) para que todo el que crea sea salvo. ¿Te das cuenta de que ese ámbito te incluye a ti? ¡No esperes más a aceptar el Regalo por excelencia! Canta “Amor supremo” (si es posible, con tu familia).