4 de octubre | TODOS
«Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí y yo en él, este lleva mucho fruto, porque separados de mí nada podéis hacer» (Juan 15: 5).
En el principio existía una relación maravillosa de amor entre Dios y la criatura humana. Pero el pecado entró y provocó una terrible separación. Abrió un abismo insuperable y hoy gemimos de angustia por vivir lejos del Creador. De ese estado de alejamiento de la fuente de vida, nace la irritante insatisfacción de nuestro corazón. No somos lo que deberíamos ser. No podemos alcanzar lo que quisiéramos ser. Estamos muy lejos de vivir como vivía el ser humano al salir de las manos del Creador.
Nos sentimos solos, alienados y desesperados. Intentamos inútilmente llenar el vacío del corazón. Fuimos creados para vivir en estrecha relación con Dios y sin embargo el pecado nos arrastró como a una hoja seca, cuesta abajo, al pozo de nuestras pasiones.
No era así en el principio. Adán y Eva vivían una relación maravillosa de amor con el Padre. Necesitaban de Dios y lo buscaban en todo momento. Sabían que sin él se secarían y marchitarían como una rama separada del árbol. Pero el pecado, como una daga cruel, cortó esa relación y hoy somos lo que somos.
Jesús vino al mundo a restaurar esa relación perdida. A establecer un puente a través del cual pudiésemos regresar al Padre. Por eso aquella mañana, al pasar por los viñedos de Jerusalén, les dijo a sus discípulos: «Separados de mí nada podéis hacer».
Sin él somos nada. Apenas paja seca quemada por el sol de las circunstancias. «Nubes sin agua, llevadas de acá para allá por los vientos; árboles otoñales, sin fruto, dos veces muertos y desarraigados […]; ondas del mar, que espuman su propia vergüenza; estrellas errantes, para las cuales está reservada eternamente la oscuridad de las tinieblas» (Jud. 1: 12-13).
En Acción
Si has conocido a Jesús, puede que hayas tenido periodos en los que has notado su ausencia. Quizá te ocurrió de repente, al sentir que te faltaba «algo». Y entonces te diste cuenta de que habías sido tú, y no él, quien se había alejado. ¡Que nunca te falte Jesús! Canta “Yo soy la Vid” (si es posible, con tu familia).