7 de octubre | TODOS
«Después de todo esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús, pero secretamente por miedo de los judíos, rogó a Pilato que le permitiera llevarse el cuerpo de Jesús; y Pilato se lo concedió. Entonces fue y se llevó el cuerpo de Jesús» (Juan 19: 38).
¿Crees que es suficiente ser amigo de Jesús y admirar sus enseñanzas, o es necesario ser su discípulo? José de Arimatea y Nicodemo son ejemplo de personas que lucharon consigo mismas antes de declarar públicamente que aceptaban a Jesús. No lo hicieron mientras Jesús vivía pero se rindieron a él después de su muerte.
José de Arimatea había nacido en un pueblo de Judá ubicado a diez kilómetros al noreste de Lida. Era un hombre rico y miembro ilustre del Sanedrín, tenía un sepulcro nuevo en Jerusalén, excavado en la roca, cerca del Gólgota. Lucas afirma que José esperaba el Reino de Dios y que fue uno de los que se opusieron cuando el Sanedrín condenó a Jesús.
Hasta aquel momento, él y Nicodemo, otro miembro del Sanedrín, habían seguido a Jesús con el corazón, pero se avergonzaban de declarar su fe en público por temor a las autoridades religiosas. Ambos son el típico ejemplo de personas que entienden el mensaje pero que, por motivos que solo ellas y Dios conoce, tardan bastante en tomar la decisión de su vida.
En el caso de José, cuando llegaron los momentos crueles de la crucifixión, ya no temió más exponerse y pidió a Pilato el cuerpo de Jesús. Una vez concedido el permiso por parte del gobernador, lo envolvió en una sábana limpia y, con la ayuda de Nicodemo, depositó a Jesús en el sepulcro de su propiedad, que nadie había utilizado antes.
En Acción
¿Has recibido ya la semilla de Dios en tu alma? ¿Has aceptado a Jesús como tu Salvador personal? Si lo has hecho, ya puedes declararlo públicamente. ¿No es cierto que eso es lo que te pide el corazón?