15 de octubre | TODOS
«Él entonces pidió una luz, se precipitó adentro y, temblando, se postró a los pies de Pablo y de Silas. Los sacó y les dijo: “Señores, ¿qué debo hacer para ser salvo?”. Ellos dijeron: “Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo tú y tu casa”» (Hech. 16: 29-31).
La tierra tembló y las paredes de la prisión se vinieron abajo. Todo era confusión, griterío y lamentos desesperados. Después de unos segundos, que se hicieron una eternidad, el carcelero se levantó aturdido por el impacto y, al percibir que los muros estaban derribados, pensó que los presos habían huido y entró en pánico. Le habían advertido que Pablo y Silas eran presos de alta peligrosidad y que si huyesen él pagaría con su vida. Desde su punto de vista, no había más salida para él que la muerte. Así que tomó su propia espada y estaba a punto de suicidarse cuando oyó la voz de los apóstoles que le decían: «¡No te hagas ningún mal, pues todos estamos aquí!» (Hech. 16: 28).
Al instante, el carcelero pidió una luz y se dirigió al fondo de la prisión. Allí estaban los apóstoles, serenos y confiados en el cuidado protector de Dios, mientras a él lo atormentaban las olas embravecidas de la angustia y la desesperación. ¿Qué tenían aquellos hombres que, con las espaldas laceradas, heridos y amenazados de muerte, eran capaces de cantar en las sombras de la prisión? ¿Cómo podían tener paz en medio de la tormenta? Entonces, temblando, se postró a los pies de Pablo y Silas, y les preguntó qué debía hacer para ser salvo.
La pregunta no era del todo correcta. Nadie necesita hacer nada para alcanzar la salvación. Es por gracia. Jesús derramó su sangre para que nosotros fuésemos libres de la condenación. La palabra ‘gracia’ significa que no pagas nada. La salvación es gratuita. Tal vez por eso sea difícil de aceptar en el mundo mercantilista en que vivimos. Nuestro inconsciente cree que cuanto más pagamos por un producto, mejor; pero en el mundo espiritual, no fuimos redimidos con oro o plata sino con la preciosa sangre de Jesús.
En Acción
Quizá hayas notado que los creyentes a menudo complicamos mucho la salvación. Fíjate en la respuesta que le dieron Pablo y Silas al carcelero de Filipos, ¡es muy sencillo!
Cree tú también en Jesús y serás salvo (y todo lo demás es consecuencia de eso).