29 de octubre | TODOS
«Y lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es, a fin de que nadie se jacte en su presencia. Pero por él estáis vosotros en Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación, santificación y redención, para que, como está escrito: “El que se gloría, gloríese en el Señor”» (1 Cor. 1: 28-31).
¿Pueden las maravillas que Dios opera en la vida de sus hijos volverse un instrumento de perdición para ellos? ¡Claro que sí! Los corintios corrían ese peligro. Dios les había dado no solo las buenas nuevas del evangelio, sino también la sabiduría que proviene del conocimiento del Señor, pero en algún momento comenzaron a pensar que eran ellos mismos la fuente de esa sabiduría.
Corinto era una ciudad pagana y corrupta. Predicadores itinerantes de varias filosofías y sofismas pasaban por esa ciudad, y los cristianos, que al principio habían aceptado el mensaje con sencillez de corazón, empezaron a filosofar y especular con el evangelio. Dejaron de ser humildes y se volvieron arrogantes, orgullosos, pensando que sus razonamientos humanos eran superiores a las sencillas buenas nuevas de Jesús. Por eso Pablo les recordó que «lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios».
Dios había escogido a personas sencillas, y no por sus mérito, «a fin de que nadie se jacte en su presencia». Tú y yo podemos considerarnos sabios y entendidos. Un título universitario puede bañar de orgullo nuestro ego. Una profesión bien remunerada o una empresa próspera puede llevarnos a pensar que somos inteligentes y capaces, pero la realidad es que, aunque tengamos éxito y buena reputación a ojos de la gente, en la presencia de Dios somos apenas polvo que no respira ni se mueve.
Delante de él, llegamos a vernos como realmente somos. Así que «el que se gloría, gloríese en el Señor». No permitas que la chispa del orgullo se vuelva llama incendiaria en tu vida. En la medida en que reconozcas humildemente el poder de Dios en ti, seguirás siendo una fuente de bendición para tu familia, la iglesia y la sociedad en la que vives.
En Acción
La jactancia le cierra a uno las puertas a crecer espiritual y personalmente, algo que todos necesitamos. Por eso, es más fácil que acepten a Jesús quienes no tienen mucho de qué jactarse. Piensa en ello y pregúntate si necesitas cambiar al respecto. Canta “Gloríese en el Señor” (si es posible, con tu familia).