30 de octubre | TODOS
«¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual habéis recibido de Dios, y que no sois vuestros?, pues habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios» (1 Cor. 6: 19-20).
Pedrito construyó un barquito de madera con sus propias manos, pero un día el barquito se extravió y, aunque lo buscó por todas partes, no lo encontró. Sin embargo, un domingo por la mañana, en la feria dominical, vio que un hombre alto y fornido vendía juguetes usados y entre ellos estaba su barquito querido. Quiso tomarlo de vuelta pero el hombre le dijo que si lo quería de nuevo tenía que pagar el precio.
Era mucho dinero para aquel pobre niño, así que se puso a trabajar, se llenó las manos de ampollas que reventaron y sangraron, pero él quería recuperar su juguete y no descansó hasta reunir el dinero, y al fin lo compró. De vuelta a casa con él, sostenía el barquito junto a su corazón y le decía: «Barquito, barquito, tú eres dos veces mío. Mío porque te hice y mío porque te compré».
También nosotros pertenecemos a Dios, porque él nos creó; y, cuando nos perdimos por voluntad nuestra, no dudó en enviar a su Hijo a morir en la cruz para redimirnos. Ese es el mensaje de Pablo en este texto. No somos nuestros. Aunque el humanismo actual te grite al oído que eres libre de hacer y de vivir como sea, no te perteneces. El apóstol, en el texto de hoy, nos recuerda que nuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo. Es responsabilidad nuestra mantenerlo puro, máxime albergando dentro a tan ilustre Morador.
En Acción
Permítele al Espíritu habitar en el templo de tu cuerpo, déjale purificarlo y santificarlo para que su fruto en ti anuncie a tu entorno la gloria de Dios. ¡Que tu luz sea un reflejo de la Luz que cambia los corazones! Canta “El templo del Espíritu Santo” (si es posible, con tu familia).