3 de noviembre | TODOS

¿Puedes ser transformado?

«Por tanto, nosotros todos, mirando con el rostro descubierto y reflejando como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en su misma imagen, por la acción del Espíritu del Señor» (2 Cor. 3: 18).

El hombre, desesperado, cayó de rodillas en la oscuridad de su dormitorio y en lágrimas clamó: «Señor, no puedo más. No deseo ser como soy. ¡Transfórmame, por favor!». Su drama era conmovedor. Su esposa había descubierto otra traición de su parte y estaba dispuesta a pedir el divorcio. Él la amaba y no quería perderla. No era la primera vez que había quebrado su promesa conyugal y sabía que la esposa estaba decidida a separarse.

La pregunta es: ¿Puede alguien ser transformado en una nueva criatura? La respuesta de Pablo es que sí, como leemos en el versículo de hoy. Se trata de mirar al Señor y dejarnos transformar así por él. En ese texto, la palabra ‘gloria’ no se refiere a resplandor, brillo o luz fulgurante, sino al carácter de Dios. Bíblicamente, reflejar la gloria de Jesús es reflejar su carácter. El ser humano egoísta, que vive solo en función de sus preferencias, apetitos y pasiones, se vuelve altruista y anhela ver felices a las personas que ama.

Reiteremos que esa transformación se basa en mirar a Dios, es decir, en conocerlo. Se trata de la contemplación diaria del Señor, de ahondar en cómo es su carácter y de que, a través del Espíritu, el nuestro se vuelva semejante al suyo. No es un acto místico o romántico; consiste en mantener una estrecha relación con Jesús meditando en la Palabra y en cómo él se manifiesta en nuestras vidas. 

No hay drama que él no pueda solucionar. No existe caso perdido. No importa cuán deformado se encuentre el carácter, la transformación es una realidad si miras a Jesús para conocerlo y beneficiarte así de su poder transformador. 

En Acción

Cuando una permanente conexión con Jesús se haga realidad en tu vida, verás que su carácter se reproduce en ti y te vuelves una persona noble y amorosa como él. ¿Anhelas el Espíritu del Señor en tu experiencia?