4 de noviembre | TODOS

Las cosas que no se ven

«Pues esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria; no mirando nosotros las cosas que se ven, sino las que no se ven, pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas» (2 Cor. 4: 17-18).

Mientras caminemos en este mundo de dolor y pruebas pasaremos por lo que Pablo llama «tribulación momentánea». Es inevitable. El sufrimiento es el pan cotidiano de los seres humanos desde el trágico día en el cual el pecado entró en el mundo. Pero si confiamos en Dios, lejos de destruirnos, el dolor «produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria».

Para entender correctamente este mensaje, conviene retroceder unos cuantos versículos, donde dice Pablo: «Tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la excelencia del poder sea de Dios y no de nosotros» (2 Cor. 4: 7). Esa excelencia es suya, no nuestra. Nosotros somos vasos de barro. Pero lo que realmente importa no es el recipiente sino el tesoro que contenga. Una vez conscientes de nuestra insuficiencia y del poder de Dios, el sufrimiento no nos parecerá el fin del camino sino apenas un accidente circunstancial, permitido para facilitar la transformación de nuestro carácter.

Con esa actitud, por más que padezcamos, no llegaremos a angustiarnos; pasaremos por apuros, pero no desesperaremos; incluso podremos ser perseguidos, pero no nos sentiremos desamparados. La vida puede derribarnos, pero jamás destruirnos. ¿Por qué? Porque ya no viviremos mirando solamente «las cosas que se ven, sino las que no se ven, pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas».

En Acción

Dios no quiere que sufras, pero lo permite mientras sigas en este mundo para que, viviendo en Cristo, se produzca en ti el «peso de gloria»; es decir, se renueve tu carácter. Hasta que te importe mucho más «lo que no se ve» que «lo que se ve». Canta “Las cosas que no se ven” (si es posible, con tu familia).