6 de noviembre | TODOS
«Pero esto digo: El que siembra escasamente, también segará escasamente; y el que siembra generosamente, generosamente también segará. Cada uno dé como propuso en su corazón: no con tristeza ni por obligación, porque Dios ama al dador alegre» (2 Cor. 9: 6-7).
¿Sabías que el costo total de gastos de producción de una hectárea de soja es de aproximadamente 730 dólares mientras que la ganancia bruta alcanza los 1.100? Pero imagina que un agricultor, en su afán de aumentar su lucro, decida gastar solo 100 dólares en la producción, ¿sería coherente? ¡Claro que no! Porque, como leemos en el texto de hoy, es una ley de la vida que cuanto más siembras, más siegas.
Lo mismo sucede en el mundo espiritual. Nuestra cosecha en los diferentes aspectos de la vida es proporcional a la generosidad en la entrega de nuestros sentimientos, dedicación y tiempo a Dios y al prójimo. Por eso Jesús dijo un día: «Dad y se os dará» (Luc. 6: 38).
El peligro que corremos es el de leer la promesa divina y creer que las bendiciones son el resultado de un contrato financiero con Dios: él nos da en la medida en que nosotros seamos generosos. Pero para el cristiano la generosidad no es algo que se hace, sino algo que se es. Donar es un estilo de vida, una manera de ser, un aspecto de su carácter. Solo entonces el consejo de Pablo se vuelve una realidad: «Cada uno dé como propuso en su corazón: no con tristeza ni por obligación».
Vivimos en un mundo egoísta donde cada uno piensa en sí y en nadie más. Nuestra cultura es mercantilista y consumista, pero en medio de esa vorágine no debemos olvidar que «hay quienes reparten y les es añadido más, y hay quienes retienen más de lo justo y acaban en la miseria» (Prov. 11: 24).
En Acción
Cuando naces del Espíritu, tus valores ya no son carnales. No te aferras a lo material. La manera en que administras los bienes tiene presentes las necesidades colectivas, no solo las tuyas. ¿Quieres nacer del Espíritu? Canta “Dios ama al dador alegre” (si es posible, con tu familia).