17 de noviembre | TODOS
«Porque en él habita corporalmente toda la plenitud de la divinidad, y vosotros estáis completos en él, que es la cabeza de todo principado y potestad» (Col. 2: 9-10).
La encarnación de Cristo es un misterio. La mente humana jamás podrá comprender cómo un Dios, infinito y eterno, un ser que no se limita al tiempo ni al espacio, se hizo hombre y nació en la persona de Jesucristo. Sin embargo, la Biblia habla claramente de la unión perfecta de la naturaleza humana y divina en la persona de Cristo. El unigénito Hijo de Dios se hizo plenamente humano, sin renunciar a ninguno de sus atributos divinos y sin dejar de ser plenamente Dios. El Verbo, que era con Dios en el principio, se hizo carne y habitó entre nosotros. Esa es toda la revelación que tenemos.
Hay verdades que la Biblia afirma y explica, mientras que otras solo las afirma sin explicarlas. Aunque las explicara, no lo entenderíamos. El tema de las dos naturalezas de Jesús, y cómo se relacionan entre sí, es una de esas verdades. Pablo, uno de los teólogos de la iglesia del siglo I, trata este asunto al decir que «en él habita corporalmente toda la plenitud de la divinidad». Cristo no tomó prestada la forma humana por un periodo de tiempo. Se hizo hombre. Asumió para siempre nuestra naturaleza. Por ese motivo, mientras desarrollaba su ministerio en esta tierra, se cansó, tuvo hambre y sed, lloró, se emocionó y finalmente murió. Y lo más conmovedor es que en el cielo seguirá siendo Dios y hombre por los siglos de los siglos.
Pero la naturaleza de Cristo no es solo una doctrina. La teoría es incomprensible y escapa a la capacidad humana de asimilación. Lo importante es que, según nos dice hoy el apóstol, estamos «completos en él». Su humanidad perfecta unida a su plena divinidad permite superar la separación, el abismo, la distancia que el pecado había provocado entre Dios y el ser humano. Y gracias a ello podemos crecer hasta las alturas a las que fuimos llamados.
En Acción
En Cristo estás completo. Él suple tus carencias. En él recibes un nuevo ser que se impone a tu naturaleza caída. Y en él se concentra tu esperanza y seguridad de salvación. No busques más y haz de cada día un tiempo de entrega a él.