21 de noviembre | TODOS
«Pero vosotros, hermanos, no os canséis de hacer bien» (2 Tes. 3: 13).
El viento soplaba refrescando el caliente principio del verano. Tumbado en una hamaca, Paco veía la vida pasar. Y aunque le gustaba la comodidad, se sentía «basura». Fue él quien usó la expresión al describirme su vida previa a conocer a Jesús. Nada es peor que la improductividad. Te aniquila. Te hace sentir nada. Hoja seca llevada por el viento. Arena sin vida en el desierto de una existencia vacía.
El evangelio llegó a su vida cuando pensaba que todo estaba perdido y no existían más horizontes para él. Inesperadamente, sin querer ni buscar. Ignoraba que Jesús lo estaba buscando desde hacía mucho tiempo. Al conocer a Jesús y aceptarlo como su Salvador, empezó a sentir una fuerza interior desconocida. No venía de él, llegaba de arriba, era divina. Y el hombre fracasado y cansado de vivir se transformó en un gigante con ganas de vencer.
La salvación no tiene nada que ver con la ociosidad. El evangelio te motiva. Es fuerza propulsora que te inspira a servir. Cuando Cristo llega a tu vida, no te cansas de hacer el bien. Aunque las personas no te comprendan. No ayudas a otros esperando alguna recompensa. Simplemente ayudas porque el sentido de tu vida es servir.
Jesús fue nuestro ejemplo de servicio. Vino a servir, y a morir. Se consumió como una vela alumbrando al mundo. Se hizo trigo y desapareció en la tierra para ofrecer su propio pan y saciar el hambre de la humanidad. Por eso Pablo, tras presentar a Jesús en la plenitud de su amor y su gracia salvadora, exhorta a los tesalonicenses a no cansarse de hacer el bien.
En Acción
En tu caminar con Jesús, verás hermanos en la fe poco ejemplares. Las dificultades de la vida te mellarán el ánimo. Aun así, el propósito de tu caminar con Jesús sigue siendo el mismo: no cansarte jamás de hacer el bien por su Espíritu. Nada es, a la postre, más satisfactorio.