2 de febrero | TODOS
«Pondrá su mano sobre la cabeza de la ofrenda de expiación y la degollará en el lugar del holocausto. Luego el sacerdote tomará con su dedo de la sangre, la pondrá sobre los cuernos del altar del holocausto y derramará el resto de la sangre al pie del altar» (Lev. 4: 29-30).
Noche oscura. Como una implacable noche preñada de tinieblas, así es la culpa que abruma al pobre pecador. En Israel, sin embargo, al reconocer que se había alejado de Dios, el pecador llevaba un animal al altar, colocaba las manos sobre él y simbólicamente transfería sus pecados sobre el inocente ser. Seguidamente el mismo pecador, y no el sacerdote, degollaba al animal. Esto era terrible porque hay muchas personas a quienes les horroriza ver sangre; se sienten mal e incluso algunas se desmayan. Pero en aquel tiempo, el pecador tenía que degollar al animal. Él mismo merecía morir, ya que había pecado. Sin embargo, transfería su culpa a la víctima y la muerte del animal inocente era su muerte.
¿Había habido pecado? Si así era, alguien tenía que morir porque la paga del pecado es la muerte. ¿El pecador no quería morir? Entonces tenía que degollar al animalito. ¿No tenía el valor de hacerlo? Entonces él tendría que morir.
Hoy no hay más sacrificios de inocentes animales porque el cordero de Dios, Jesús, fue sacrificado en la cruz. Sin embargo, cada vez que le pedimos perdón a Dios es como si le dijéramos: «Pequé, Señor, siento que merecía morir por ello. Te agradezco mucho que entregases tu vida para salvarme y que al reconocer tus méritos pueda saberme y sentirme perdonado».
El pecado es terrible y por eso el remedio fue tan duro. El amor de Dios es sublime porque donde abundó el pecado sobreabundó la gracia. En la cruz del Calvario Jesús cargó con los pecados de la humanidad y pagó el castigo que el pecador sentía que merecía porque lo exigía su pecado: la muerte.
En Acción
¿Cuántas veces has pensado en que el Hijo de Dios necesitó morir, asesinado por nosotros, para que comprendiésemos al fin su infinito amor? Que tu palabra hoy y siempre sea «gracias» por semejante sacrificio y por la vida abundante que nos provee.