26 de noviembre | TODOS
«Por lo cual [por predicar el evangelio] asimismo padezco esto. Pero no me avergüenzo, porque yo sé a quién he creído y estoy seguro de que es poderoso para guardar mi depósito para aquel día» (2 Tim. 1: 12).
El mar, aquella tarde, saltaba como potro aguijoneado por mil espuelas. Las olas reventaban con sonido de tragedia y sabor a muerte. Y justamente la muerte se acercaba a Lidia, lenta y fatalmente. La joven rubia, con pecas en el rostro, sentía que sus fuerzas habían llegado al límite. Extenuada, agotada y sin energía, era consciente del peligro. Nacida en un hogar ateo, no había en su vida lugar para las cosas del espíritu. Y sin embargo, en aquella tarde gris, sin gaviotas, ni sol, ni alegría, en aquella lúgubre tarde, sintiendo que nada más podía hacer para salvarse, elevó los ojos al cielo y clamó: «¡Señor, sálvame!».
La respuesta no se retrasó. Lidia perdió el conocimiento, Pero al despertar, descubrió que seguía viva. Un pescador la había rescatado. Lidia es hoy una enfermera cristiana que dedica su vida a Dios y a la humanidad en un país africano. Cuando sus amigos ateos se ríen de sus convicciones, ella repite para sí misma: «No me avergüenzo, yo sé a quién he creído».
Dios tiene un plan maravilloso para ti. A veces, por esas cosas de la vida, pierdes el rumbo y corres tras valores pasajeros, ignorando el sueño de Dios para tu vida; y, por increíble que te parezca, las circunstancias adversas del camino son el instrumento divino para traerte de vuelta a la realidad de tus ideales. Unos ideales de los que en absoluto nadie tendría por qué avergonzarse, pues emanan de la Fuente de la vida.
En Acción
Relee el versículo de hoy. Creer diferente que la mayoría puede hacerte sentir incómodo a veces, en especial cuando lo expresas. Por eso tu fe no puede ser superficial sino arraigarse en una creciente relación con Jesús. Eso te dará seguridad y firmeza. Canta “Yo sé a quién he creído” (si es posible, con tu familia).