27 de noviembre | TODOS
«Palabra fiel es esta: Si somos muertos con él, también viviremos con él; si sufrimos, también reinaremos con él; si lo negamos, él también nos negará; si somos infieles, él permanece fiel, porque no puede negarse a sí mismo» (2 Tim. 2: 11-13).
¿Crees que la desobediencia humana invalida las promesas de Dios? ¡Él solo puede y sabe ser fiel! ¿Sientes que Dios se ha olvidado de ti porque en algún momento tú te olvidaste de él? Las promesas de Dios no cambian. Duran para siempre. Los siglos desfilan uno tras otro. Se marchita la flor y la hierba se seca, pero las promesas divinas, grabadas con tinta de eternidad, son una realidad permanente. Nada es capaz de opacar su brillo. Ni siquiera las incoherencias de tu loco corazón.
Esto no significa que sus promesas se cumplirán de cualquier manera y a pesar de nuestra rebeldía. Muchas de ellas son condicionales, lo que significa que él no nos las impone. Sin embargo, la indiferencia humana no es capaz de debilitar la fidelidad del amor de Dios. Sus promesas siguen vivas y firmes, aunque solo las disfruten quienes con humildad las acogen.
Dios te ama.
Tus pasos le pertenecen.
Solo él conoce las verdaderas necesidades de tu inquieto ser. Tú no. Tú piensas que sabes. Imaginas que entiendes. Crees conocer a dónde te diriges, pero el tiempo se encarga de mostrarte la triste realidad. Solo en Jesús se revelan tus desenfoques. Solo en él se evidencian tus desvaríos. Únicamente en Dios dejas de correr y correr. En él, finalmente, tu no ser se transforma en ser.
En Acción
Al abrir las ventanas de tu vida al nuevo día, vuelve los ojos a Dios como la flor hacia el sol. Abre tu corazón al Espíritu, como la tierra seca al rocío de la mañana. No vivas solo, no camines a ciegas, sigue a Jesús te lleve adonde te lleve. Canta “Él permanece fiel” (si es posible, con tu familia).