1 de diciembre | TODOS
«Te ruego por mi hijo Onésimo, a quien engendré en mis prisiones, el cual en otro tiempo te fue inútil, pero ahora a ti y a mí nos es útil. Te lo envío de nuevo. Tú, pues, recíbelo como a mí mismo» (File. 1: 10-12).
La Epístola a Filemón deja cuestiones abiertas sobre el contexto del destinatario y, especialmente, de Onésimo, el esclavo fugado o apartado de su «amo» (el propio Filemón).
Aun cuando algunos eruditos no lo entiendan así, el texto refleja el espíritu cristiano de superación de la esclavitud, un espíritu propio del autor de la carta, el apóstol Pablo (ver Gál. 3: 28). Esa superación, en coherencia con las enseñanzas de Jesús (cf. Mat. 5: 43-48, p. ej.), no se plantea en términos de «defensa de la justicia» y lucha frontal contra los esclavistas, sino de persuasión basada en el amor tanto a «amos» como a esclavos.
Por lo que dice Pablo, Onésimo conoció la fe de sus labios (y su ejemplo) al pasar un tiempo por la misma prisión en la que se encontraba el propio apóstol (ver también File. 1: 13). Las razones del encarcelamiento de uno y otro debieron de ser muy diferentes. En todo caso, es llamativo que Pablo destaca que ahora Onésimo, según leemos en el texto de hoy, ha llegado a ser una persona «útil», es decir, valiosa para la causa del evangelio y la sociedad en su conjunto (el versículo 11 incluye un juego de palabras, ya que ‘Onésimo’ significa, precisamente, «útil»).
Así pues, el siervo fugado de Filemón representa al pecador que un día acepta el evangelio y se arrepiente, lo que le abre el camino de la libertad. De ahí que Pablo le ruegue a Filemón que ya no le reciba como a un siervo, sino como recibiría al propio apóstol. De paso, el modo en que se realiza la petición muestra que la esclavitud no puede ser una condición permanente, haya o no «rescate» para lograr la libertad. Y esto es algo que torpedea en su base la existencia misma de esa costumbre tan contraria a los principios de Dios (ver Deut. 10: 17; 2 Crón. 19: 7; Rom. 2: 11; Sant. 2: 1; etc.).
En Acción
Si aceptas a Jesús como tu Salvador, Dios te recibirá como a Jesús, su propio Hijo. Y, a diferencia de Pablo con Filemón, al Padre nadie tendrá que convencerle de ello, pues él ya te ama incondicionalmente. ¡Disfruta de esa gran noticia!