7 de diciembre | TODOS
«Someteos, pues, a Dios; resistid al diablo, y huirá de vosotros. Acercaos a Dios, y él se acercará a vosotros. Pecadores, limpiad las manos; y vosotros los de doble ánimo, purificad vuestros corazones» (Sant. 4: 7-8).
El pecado te destruye. Primero, te separa de Dios. Por eso el consejo de Santiago es que volvamos a Dios y nos sometamos a él. En segundo lugar, el pecado mancha la vida, la contamina y te lleva a cometer acciones desastrosas. Por eso Santiago amonesta: «Limpiad las manos». Y finalmente te conduce a la hipocresía y a la doblez. Exteriormente puedes parecer «maravilloso», pero por dentro vas deshaciéndote y sintiéndote inmundo. Por eso la exhortación es: «Purificad vuestros corazones».
El verbo ‘purificar’ es usado en la Biblia, en el 90% de los casos, en voz pasiva, dando a entender que el ser humano no puede purificarse a sí mismo. Solo puede acercarse a Dios. Herido, inmundo, sangrando, destruido, acabado, putrefacto como el leproso. Dios lo limpia, lo purifica, lo cura, lo restaura y le da un nuevo corazón.
El corazón es la cuna de los pensamientos y de las intenciones. Todo comienza en el corazón. Allí se urden los planes más siniestros. Nacen como pequeñas intenciones inofensivas, inocentes, pero crecen y toman formas grotescas.
Después, el tiempo se ocupa de llevar el mensaje al resto del cuerpo, que se encarga de practicar la acción pecaminosa. Por eso Santiago advierte: «Someteos a Dios y resistid al diablo». Es la única solución para los desvaríos del corazón.
En Acción
Solo en Jesús puedes «someterte» a Dios (adaptarte a su amorosa voluntad para ti), es inútil intentarlo mediante tus esfuerzos. Una vez en Cristo, él purificará tu corazón, dándote una naturaleza nueva, y desearás seguir a Dios. Canta “Someteos a Dios” (si es posible, con tu familia).