12 de diciembre | TODOS
«Pero nosotros esperamos, según sus promesas, cielos nuevos y tierra nueva, en los cuales mora la justicia. Por eso, amados, estando en espera de estas cosas, procurad con diligencia ser hallados por él sin mancha e irreprochables, en paz» (2 Ped. 3: 13-14).
El padre llora delante del cuerpo inerte del hijo de apenas tres años y se pregunta: «¿Hasta cuándo, Señor?». Todos los días, en todos los rincones del mundo, personas tocadas por el dolor, como este padre, se preguntan: «¿Por qué?» o «¿Hasta cuándo?».
Estos interrogantes en realidad no tienen el propósito de obtener respuestas, son básicamente interjecciones nacidas del sufrimiento y de la impotencia ante la presencia inevitable del dolor y de la muerte.
La humanidad sufre. Gime frente a la furia enloquecida de la naturaleza herida y descontrolada. Llora frente al egoísmo impío del propio ser humano extraviado en los laberintos de su locura. Padece ante el dolor provocado por enfermedades y flagelos sobre los cuales ha perdido el control.
Frente a este panorama de angustia y muerte llega la maravillosa promesa bíblica de «cielos nuevos y tierra nueva» como el rocío de la mañana.
«La tierra prometida a los mansos no será igual a esta, que está bajo la sombra de la muerte y de la maldición. […] “Y no habrá más maldición; y el trono de Dios y del Cordero estará en ella, y sus siervos le servirán” (Apoc. 22: 3)» (Elena G. White, El discurso maestro de Jesucristo, pág. 20).
En Acción
Para que puedas acceder a la nueva vida plena, el texto de hoy da a entender que tu carácter debe haber sido purificado. De lo contrario, ¿cómo disfrutarías allí, cómo podrías sentirte a gusto? Por eso, ¡vive ya conforme a los valores de la vida eterna! Canta “Cielos nuevos y tierra nueva” (si es posible, con tu familia).