23 de diciembre | TODOS
“Yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él y cenaré con él y él conmigo”. (Apocalipsis 3:20)
Jesús, el Creador de los cielos y de la tierra, Aquel que dijo un día “Yo soy la puerta”, se encuentra en este versículo llamando al corazón humano. ¿No tiene Él todo el poder del mundo para entrar? Lo tiene. Sin embargo llama a la puerta de la rebelde criatura humana y espera; se va la noche y llega el día y el Redentor del mundo continúa tocando la puerta y esperando que el pecador le abra. Su promesa es: “Si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré a él y cenaré con él y él conmigo”.
El mensaje que el Señor desea enfatizar en este versículo es que la puerta del corazón solo se abre desde adentro. La libertad humana es sagrada. Nadie te puede obligar a ser salvo. Dios llama, pero es el hombre o la mujer, que tienen que aceptar la invitación.
Esta idea va en contra del universalismo que, argumenta que todos los seres humanos se salvarán.
La salvación y las grandes obras de Jesús están a nuestra disposición pero, somos nosotros los que debemos decir sí. Cuando Jesús resucitó a Lázaro, pidió a los hombres que retirasen la piedra. Podría haberlo hecho Él. Si tenía poder para devolverle la vida a un cadáver, seguramente también lo tenía para retirar la piedra. Pero Dios nunca hará lo que el ser humano necesita hacer.
Lo que muchos incrédulos interpretan cómo fragilidad divina, nada más es sino el respeto que el Señor tiene por la libertad que le entregó al ser humano para que la ejerciera con sabiduría y responsabilidad.
Sin embargo, a pesar de la paciencia divina, llegará un momento en que la criatura tendrá que rendir cuentas al Creador. Nadie puede jugar con el amor de Dios para siempre. Por tal motivo, hoy, es el día de buena nueva, hoy es el día de salvación. ¿Le abrirás el corazón a Jesús?