5 de febrero | TODOS
«Cuando el hombre tenga en la piel de su cuerpo una hinchazón o una erupción o una mancha blanca, y haya en la piel de su cuerpo como una llaga de lepra, será llevado a Aarón, el sacerdote, o a uno de sus hijos, los sacerdotes» (Lev. 13: 2).
Ser puro como el agua de los manantiales era el ideal divino para el pueblo de Israel. Agua libre del polvo del camino, agua de vida donde los peces buscan su lugar. No pantano infestado de gérmenes, no agua estancada llena de bacterias. Por eso, uno de los temas dominantes del libro de Levítico es la impureza. Está lleno de instrucciones para proceder cuando una persona se contaminaba. En su sabiduría, Dios estableció leyes sanitarias para evitar la proliferación de enfermedades (entonces, como ya vimos días atrás, el pueblo de Israel que peregrinaba por el desierto no tenía hospitales y clínicas para tratarse). Esas reglas e instrucciones, además, servían como metáfora de que la impureza transgredía el pacto entre Dios y su pueblo. El pueblo debía evitar cualquier cosa que lo contaminase.
La impureza separaba al israelita de Dios, de las cosas sagradas como el templo, y hasta de la familia. Un hombre o una mujer impuros no podían siquiera acercarse al templo. Un leproso era apartado de su familia. La impureza estaba, casi siempre, asociada al contacto con cadáveres, con enfermedades, con hemorragias y con la lepra, que era prácticamente la muerte de una persona en vida. Esa impureza o contaminación era la metáfora perfecta del pecado y sus tristes consecuencias en la vida humana. ¿No es justamente eso lo que el pecado hace en la vida de las personas?
¿Tocó el pecado tu vida de algún modo? Tal vez no veas la impureza en sí, pero ves las consecuencias: escasa voluntad de orar, de estudiar la Palabra, de compartir tu fe con otros, falta de interés en las cosas de la iglesia, y el corazón cargado por algún pecado secretamente acariciado. Una vida degradada, como por resultado de una maligna hemorragia que consume lo bueno que tienes. ¿Qué hacer entonces? En Israel, la purificación de una persona era básicamente realizada mediante la sangre de animales. De igual manera, en la vida espiritual solo la sangre de Cristo puede limpiarnos de todo pecado y purificarnos de toda maldad.
En Acción
Aprópiate hoy de los méritos de Cristo y pídele fuerzas para mantenerte en medio del mundo pero libre de todo aquello que pueda contaminar tu cuerpo, mente y espíritu.