6 de febrero | TODOS
«Esto tendréis por estatuto perpetuo: En el mes séptimo, a los diez días del mes, afligiréis vuestras almas, y ninguna obra haréis, ni el natural ni el extranjero que habita entre vosotros, porque en este día se hará expiación por vosotros, y seréis limpios de todos vuestros pecados delante de Jehová» (Lev. 16: 29-30).
Se oye el canto del pueblo. Las oraciones se elevan al cielo mientras los israelitas, arrepentidos, se congregan en el patio del templo. Nadie trabaja en este día. Solo se dedican a la adoración y la contrición del alma. Es un día muy solemne. Es el día de la expiación. Una jornada que ilustraba la divina solución final al problema del pecado. El tabernáculo era purificado. Tanto el lugar santo como el santísimo. «Así purificará el santuario, a causa de las impurezas de los hijos de Israel, de sus rebeliones y de todos sus pecados» (Lev. 16: 16).
¿Por qué se hallaba contaminado el santuario? Por causa de las impurezas, rebeliones y pecados de Israel. Recuerda que los pecados confesados en el ritual diario eran transferidos al santuario mediante la sangre rociada en el altar. En el día de la expiación, todos esos pecados eran retirados simbólicamente del santuario. Este recuperaba su pureza original; quedaba completamente libre de cualquier mácula y en este sentido simbolizaba el día en el que el universo estará, finalmente, libre de la mancha horrible del pecado.
¿Qué esperaba Dios de su pueblo ese día? «A los diez días de este mes séptimo será el día de la expiación; tendréis santa convocación y afligiréis vuestras almas y ofreceréis ofrenda encendida a Jehová» (23: 27) Para Israel era un día de juicio, un día de gracia. El pueblo solo necesitaba confiar en Dios, a través de la intercesión del sumo sacerdote.
En la cruz del Calvario, Jesús, el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, fue sacrificado y hoy Jesús, nuestro sumo sacerdote, intercede por nosotros en el santuario celestial. Hoy es nuestro día de la expiación. Acerquémonos confiadamente al trono de su gracia. Humanamente, sentimos que solo merecemos la muerte. Todos pecamos, pero Jesús intercede por aquellos que confían en él y en su sacrificio expiatorio para que tengamos vida abundante.
En Acción
Cuéntale hoy a Dios tus errores y pecados en la certeza de que Jesús está en el santuario celestial como sumo sacerdote listo para escucharte y colmarte de paz.