9 de febrero | TODOS

Cuando hay bendiciones y maldiciones

«Si andáis en mis preceptos y guardáis mis mandamientos, y los ponéis por obra, yo os enviaré las lluvias a su tiempo, y la tierra y el árbol del campo darán su fruto. Vuestra trilla alcanzará hasta la vendimia y la vendimia alcanzará hasta la siembra; comeréis vuestro pan hasta saciaros y habitaréis seguros en vuestra tierra» (Lev. 26: 3-5).

Todas las tardes pasa por al pueblo Jacinto, un viejo agricultor y pastor que vive en el campo. Desfila por las calles vistiendo un poncho de lana marrón y un sombrero de paja. Es viudo, tiene tres hijos, y todos, en el vecindario, concluyen que las bendiciones que Dios derrama sobre él y su familia son casi sobrenaturales. ¿Cómo explicar, por ejemplo, el misterio de que llueva en sus tierras y no en las del vecino de al lado?

Cuando alguien le pregunta la razón de tantas bendiciones, responde: «Yo solo me tomo en serio la Palabra de Dios», y lee a sus amigos parte del texto de hoy: «Si andáis en mis preceptos y guardáis mis mandamientos…».

En la Biblia, lo que llamamos «bendiciones» es en buena medida el fruto de guardar las leyes establecidas por el Creador. No se trata solo de los diez principios eternos de su santa ley, sino también de las diversas leyes naturales. El mundo está regido por ellas. No se necesita ser religioso ni espiritual para entender que la falta de respeto a las leyes de la naturaleza trae consigo la destrucción del planeta en que vivimos. La naturaleza no puede ser sometida a los caprichos del ser humano. Víctor Hugo, el autor de Los miserables, escribió: «Produce una inmensa tristeza pensar que la naturaleza habla mientras el género humano no escucha». 

¿Deseas que tu trilla alcance hasta la cosecha y la cosecha alcance hasta la siembra? ¿Quieres comer tu pan hasta saciarte y habitar seguro en tu tierra? Respeta las leyes naturales; anda en los preceptos divinos y guarda sus mandamientos. Ponlos por obra y te irá bien.

En Acción

No se trata de obedecer las leyes divinas para salvarte ni para que Dios te quiera más. Él te ama incondicionalmente. Por eso espera que sigas sus sabios consejos para tu bien y el de tus semejantes. Incluyendo las leyes sobre el cuidado de la naturaleza.