11 de febrero | TODOS

La bendición sacerdotal

«Jehová te bendiga y te guarde. Jehová haga resplandecer su rostro sobre ti y tenga de ti misericordia; Jehová alce sobre ti su rostro y ponga en ti paz» (Núm. 6: 24-26).

Flotaba en el aire un fino olor de mañana perezosa, una gracia de fúlgidos rayos, un suspiro, un aliento de suave paisaje desértico, y muchos cánticos nacidos de la gratitud. Era de esa forma como el pueblo de Israel alababa a su Dios cada mañana. Luego, al despedirse, el sacerdote bendecía al pueblo con las palabras de la bendición sacerdotal. No era una bendición genérica. El pueblo recibía la bendición, pero el sacerdote se dirigía a cada uno como si fuese la única persona presente.

Sin embargo, la bendición sin la protección divina carece de sentido. Por eso el sacerdote decía: «Jehová te bendiga y te guarde». Si hubo un pueblo bendecido, fue Israel. Dios había llamado a Abraham, el padre de la nación. Rescató a su pueblo de la esclavitud de Egipto, lo guio por el desierto, lo sostuvo en sus momentos de debilidades y finalmente lo hizo entrar triunfante en la tierra prometida. Pero ¿de qué le sirvieron esas bendiciones? Siglos después, vendría el enemigo y lo llevaría cautivo. La razón fue sencilla: Israel recibió la bendición, pero no se dejó «guardar» por el Señor.

No obstante, Dios es misericordioso, y visitó a su pueblo muchas veces, lo llamó, insistió. Anhelaba que su carácter resplandeciese en medio de ellos y que disfrutaran de paz y seguridad. Pero el pueblo le rechazó. Finalmente vino en la persona de Jesús y lloró: «¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos como la gallina junta sus polluelos debajo de las alas, pero no quisiste!» (Mat. 23: 27).

Del pasado llega la lección. Dios es fuente permanente de bendición. La más grande es la paz, nacida de un corazón perdonado y transformado; pero la bendición es fugaz y pasajera si no aprendemos a ser «guardados» por Dios.

En Acción

Conectado a Dios, resplandecerá en ti su gloria (es decir, su carácter). Pide hoy su Espíritu y su paz para afrontar los desafíos de tu vida. Canta “La bendición” (si es posible, con tu familia).