14 de febrero | TODOS
«Aconteció que cuando terminó de decir todas estas palabras, se abrió la tierra que estaba debajo de ellos. Abrió la tierra su boca y se los tragó a ellos, a sus casas, a todos los hombres de Coré y a todos sus bienes» (Núm. 16: 31-32).
La tierra abrió su enorme boca inclemente mientras un estruendo ahuyentaba a los animales del desierto y estremecía al pueblo. Fue algo instantáneo. En cambio, la rebeldía venía siendo acariciada desde hacía mucho tiempo. Gente descontenta, líderes ambiciosos. Usaban el nombre de Dios para esconder sus oscuras aspiraciones. Muchos en Israel tal vez creyesen en sus palabras, argumentos y razonamientos, pero Dios conoce el corazón. Podemos fingir, aparentar y de alguna forma conquistar la simpatía de los seres humanos, pero Dios no puede ser engañado.
Y no lo fue. Moisés invocó a Dios, pidiendo su intervención, y repentinamente la tierra se abrió. Las aves volaron asustadas. Buitres del color de la noche sobrevolaron el campamento. La gente corría desesperada de un lado a otro, pero la destrucción fue solo para los rebeldes. Príncipes de renombre cayeron aquel día. Del polvo vinieron y al polvo retornaron.
En Israel el sistema de gobierno era teocrático. El Señor gobernaba al pueblo a través de los líderes que él, en su infinita sabiduría, escogió. En cierto sentido, levantarse contra ellos era rebelarse contra el propio Dios. Por eso, aquel fatídico día Coré, Datán, Abiram y sus ambiciones egoístas fueron enterrados.
Dios le dio a todo ser humano el derecho de expresar sus ideas. Unidad jamás fue uniformidad. Pero, así como la libertad de expresión es un derecho inalienable, el orden es un principio celestial que rige el reino de Dios. La democracia no puede degenerar en anarquía.
En Acción
Agradece hoy a Dios la libertad que disfrutas. Conócele y comprenderás que su amor quiere protegerte en cualquier circunstancia en lugar de dejarte a tu suerte o a merced del destructor de las almas.