15 de febrero | TODOS
«Y alzando su mano, Moisés golpeó la peña con su vara dos veces. Brotó agua en abundancia, y bebió la congregación y sus bestias. Pero Jehová dijo a Moisés y a Aarón: “Por cuanto no creísteis en mí, para santificarme delante de los hijos de Israel, por tanto, no entraréis con esta congregación en la tierra que les he dado”» (Núm. 20: 11-12).
La Divinidad se manifestó aquella tarde seca en medio del pueblo de Israel, que tan rebelde se mostraba bajo la guía de líderes sin fe. Habían perdido la confianza en Dios mientras experimentaban las privaciones del desierto. Moisés jamás debería haber golpeado la roca. Pero, airado en su turbado corazón, se atribuyó a sí mismo la gloria que solo pertenecía al Creador. El agua brotó a raudales, es verdad; sin embargo, todos habían desconfiado del Señor que los había sacado de la tierra de esclavitud.
Nunca fue el plan divino que Moisés golpeara la roca. La irritación y la pasión humanas brotaron de su corazón antes de que brotara el agua de la roca. «Oíd ahora, rebeldes» (Núm. 20: 10), dijo. Aquella expresión no era dolor por la rebeldía del pueblo, sino orgullo herido y hartazgo. El agua brotó y el pueblo bebió, pero después se secó para siempre; y Moisés, por causa de su impaciencia, perdió el derecho de entrar en la tierra de los sueños.
A pesar de los errores humanos, Dios nunca abandona a sus hijos, y Jesús los acompañó a lo largo de la jornada satisfaciendo la sed del pueblo. Dondequiera que les faltara el agua, esta fluía de las hendiduras de las rocas. Cristo hacía fluir el arroyo refrescante para Israel. «Bebían de la roca espiritual que los seguía. Esa roca era Cristo» (1 Cor. 10: 4).
Cristo es la Roca que nos ofrece un tipo de agua que uno bebe y jamás tiene sed (Juan 4: 14). Solo él puede satisfacer de forma inagotable nuestras necesidades y anhelos más profundos. Un día Cristo fue herido por nuestros pecados y molido por nuestra desobediencia. De su costado herido no brotó agua sino sangre. La sangre que lava nuestros pecados y purifica nuestra maldad. A pesar de nuestros errores, él nunca nos abandonará.
En Acción
No necesitas forzar («golpear») a la Roca para que te bendiga. Jesús te ama tal cual eres y solo espera que te dejes bendecir por él. Enumera al menos cinco bendiciones que has recibido de Dios y seguramente eso te llenará de gratitud hacia él.