16 de febrero | TODOS
«¡Cuán hermosas son tus tiendas, Jacob, y tus habitaciones, Israel! Como arroyos están extendidas, como huertos junto al río, como áloes plantados por Jehová, como cedros junto a las aguas» (Núm. 24: 5-6).
Por la senda escabrosa va yendo el profeta traicionero, el hombre que un día fuera instrumento divino. Ahora, dominado por la codicia, camina taciturno sin saber lo que dirá. Es Balaam, cabalgando en un asna y cansado de vivir; porque la vida lejos de Dios es solo fatiga y angustia del alma.
Balac, el rey moabita, sabía que el Señor iba siempre al frente de Israel. Con las armas estaría perdido. Así que, temeroso del pueblo de Dios, contrató a Balaam para maldecir a Israel. Si la maldición divina cayese sobre el pueblo, la victoria estaría asegurada.
Balaam camina atribulado. Su conciencia grita escandalosamente, pero él sigue el sendero de las pobres almas vendidas a la codicia de la carne. En una ladera pasta un rebaño de cabras flacas, reducidas por las inclemencias del desierto. Balaam no les presta mucha atención. Maquina en su interior lo que dirá cuando llegue el momento para el que fue contratado. ¿Cómo maldecir lo que Dios ha bendecido? Pero el corazón humano es misterioso. Vende valores y principios por un puñado de monedas. Vende el futuro y mercantiliza el alma. Ni siquiera la voz del asna lo conmueve. Está endurecido como el pedernal.
Cuando llega el momento, abre su boca, pero en vez de maldición pronuncia una bendición como esa que, frente a su propósito inicial, pronunció Balaam: «¡Cuán hermosas son tus tiendas, Jacob…!». Son palabras que, todavía hoy, involucran promesas de bendiciones divinas para los hijos de Dios.
En Acción
Esas promesas también las puedes disfrutar tú plenamente si dejas que el Señor guíe tus pasos. Así andarás el camino para que se cumplan en tu vida los sueños que él tiene para ti.