20 de febrero | TODOS
«Conoce, pues, que Jehová, tu Dios, es Dios, Dios fiel, que guarda el pacto y la misericordia a los que le aman y guardan sus mandamientos, hasta por mil generaciones» (Deut. 7: 9).
La puerta se cerró de golpe detrás de él. Fue un ruido seco, como su árido corazón. Otra oportunidad perdida. Un empleo más que no estaba «a su altura». A los treinta y dos años de edad, continuaba buscando el trabajo que estuviera a la altura de su «capacidad y preparación».
Tenía ambiciones y también títulos de las mejores universidades. A veces se creía un semidiós, por encima de los simples mortales. Por eso sufría. Los demás no lo veían de la misma forma. Se llamaba Pedro Pablo; dos nombres bíblicos. Tal vez porque sus padres quisieron que siguiera el ejemplo de los héroes del cristianismo. Pero al entrar en la universidad, creyó que no necesitaba más de Dios, y se olvidó por completo de lo que había aprendido en su niñez. En cierta ocasión, cansado de vivir, se preguntó por qué Dios no cumplía sus promesas con él.
Al cumplir treinta y cinco años, Pedro Pablo intentó el suicidio, pero falló. Fruto de ello, se quedó en una silla de ruedas. Fueron largos meses de reflexión. En cierto día, se miró en el espejo y percibió que la vida se le iba, sin pena ni gloria. Entonces, acordándose de las eneñanzas recibidas en la infancia, fue a Dios, se humilló, suplicó perdón, lo buscó de corazón. Y todo empezó a cambiar en su vida. Desarolló una actitud mental positiva, con esfuerzo y mucha fisioterapía logró librarse de la silla de ruedas, obtuvo un buen trabajo, y las demás promesas divinas se hicieron realidad en su vida.
Siglos atrás, Moisés afirmó que el fiel Dios «guarda el pacto y la misericordia». ¿Por qué esa misericordia pudo tornarse realidad en la experiencia de Pedro Pablo? La razón es simple. La promesa divina la disfrutan quienes escuchan a Dios, como da a entender el texto de hoy.
Conocer a Dios demanda comunión diaria con el Creador. Si lo buscas todos los días en oración y meditando en su Palabra, el resultado natural será amarlo y, en consecuencia, andar en sus caminos. Entonces, y solo entonces, la fidelidad divina y su infinita misericordia se manifestarán en tu vida. Dios es siempre fiel con los que le aman.
En Acción
Conociendo al Señor, comprobarás su fidelidad y su amor. El resultado no podrá ser otro que desear ser fiel hacia él así como él lo es contigo. Canta “El Dios fiel” (si es posible, con tu familia).