22 de marzo | TODOS
«Y toda esta congregación sabrá que Jehová no salva con espada ni con lanza, porque de Jehová es la batalla y él os entregará en nuestras manos» (1 Sam. 17: 47).
En las verdes colinas que rodeaban al valle de Ela, dos guerreros se encontraban frente a frente. Desde el punto de vista humano, aquella lucha sería injusta. De un lado, un gigante de casi tres metros de estatura, armado hasta los dientes. Su coraza pesaba cincuenta y siete kilos y la hoja de hierro de su lanza siete kilos. En el otro lado se encontraba un jovencito con apenas una honda y cinco piedras. ¿Qué posibilidad tenía de vencer? Pero las cosas imposibles para el ser humano son oportunidades para la manifestación del poder de Dios.
Hacía ya tiempo que el gigante Goliat desafiaba a los soldados israelitas, pero nadie se atrevía a enfrentarlo. Entonces apareció David, el joven pastor de ovejas, que estaba allí solo casualmente. Al ver la insolencia de Goliat, menospreciando el poder de Dios y sus ejércitos, dio un paso adelante y le dijo: «Tú vienes contra mí con espada, lanza y jabalina; pero yo voy contra ti en el nombre de Jehová de los ejércitos, el Dios de los escuadrones de Israel, a quien tú has provocado. Jehová te entregará hoy en mis manos, yo te venceré y te cortaré la cabeza. Y hoy mismo entregaré tu cuerpo y los cuerpos de los filisteos a las aves del cielo y a las bestias de la tierra, y sabrá toda la tierra que hay Dios en Israel» (1 Sam. 17: 45-46).
El desenlace fue sorprendente. David derrotó al temible enemigo. Le hizo besar el polvo de la tierra. El gigante cayó, y hoy en todos los rincones del mundo se conoce la historia de David y Goliat. Pero el propósito de David no fue vencer y ser famoso, sino que toda la tierra supiera quién era Jehová y que su nombre fuese enaltecido.
Benditos aquellos que viven para la gloria de Dios. Las victorias que el Señor nos concede no son para nuestra gloria, sino para que el mundo sepa que hay Dios en medio de su pueblo.
En Acción
No magnifiques tus problemas, por grandes que sean. No te abrumes con ellos. Recuerda siempre que Dios es más fuerte, está contigo y te ama. ¡Vive la vida sobre estas bases! Canta “David y Goliat” (si es posible, con tu familia).