25 de marzo | TODOS
«Entonces dijo Saúl a su escudero: “Saca tu espada y traspásame con ella, para que no vengan estos incircuncisos a traspasarme y burlarse de mí”. Pero su escudero no quería, pues tenía gran temor. Tomó entonces Saúl su propia espada y se echó sobre ella» (1 Sam. 31: 4).
Los heraldos negros de la muerte se acercaban sin piedad aquella tarde sombría en las colinas de Gilboa. El rey Saúl huía desesperado de las huestes filisteas. Ni siquiera se atrevía a clamar a Dios buscando protección porque mucho tiempo atrás ya había decidido andar por sus propios caminos de desobediencia y rebeldía.
La batalla estaba perdida y la vida, desperdiciada. A lo lejos, una alondra entonó un cántico triste, como si lamentase el trágico fin de un rey que lo había tenido todo para tomar decisiones sabias, pero se había extraviado en los meandros oscuros de su orgullo insensato.
En su desesperación, le pidió a su escudero que lo matara para no ser afrentado por sus enemigos. Sin embargo, ante la negativa del siervo, él mismo sacó su espada y se quitó la vida. Qué contraste. El escudero no obedeció la orden por temor a Dios, mientras que el rey ya hacía mucho tiempo que no oía la voz de su Señor.
«Siguiendo los dictados de Satanás, Saúl apresuró el mismo resultado que, con habilidad no santificada, estaba tratando de impedir» (Elena G. White, Conflicto y valor, pág. 174).
No se puede jugar con la voz de Dios. El Espíritu llama de muchas maneras. A veces, en forma de brisa mansa; otras, en forma de un torbellino. Puede ser la sonrisa de un hijo pequeño, o el llanto de la esposa. En ocasiones puede ser hasta la voz de un animal, como en el caso de Balaam y su asna. Lo que realmente importa es que el Espíritu no cesa de llamar para llevar a los seres humanos a andar en los caminos de Dios.
En Acción
He aquí la pregunta que necesita responder cada corazón, también el tuyo: ¿Estoy escuchando la voz de Dios? ¿O corro el peligro de llegar al punto sin retorno, como Saúl? Medita en ello y responde.