31 de marzo | TODOS
«Tu siervo está en medio de tu pueblo, el que tú escogiste; un pueblo grande, que no se puede contar por su multitud incalculable. Concede, pues, a tu siervo un corazón que entienda para juzgar a tu pueblo y discernir entre lo bueno y lo malo, pues ¿quién podrá gobernar a este pueblo tuyo tan grande?» (1 Rey. 3: 8-9).
Noche salpicada de estrellas. Luna sonriente a lo lejos, festejando la elección del nuevo rey de Israel. Salomón, temeroso, caminaba hacia un lugar solitario en Gabaón. Un camino nuevo, allí donde otrora el sol había parado mientras Josué luchaba. La ruta estaba solitaria, pero Salomón ya había llegado a la presencia de Dios.
La voz del Todopoderoso fue clara como la luna llena de aquella noche. «Pídeme lo que quieras», le dijo Dios (1 Rey. 3: 4). Oferta irrecusable, promesa abierta, cheque en blanco. Salomón podría pedir cualquier cosa y el Señor se lo daría. Dinero, poder, éxito, prosperidad, cualquier cosa. Pero lo que hizo el hijo de David fue pedirle sabiduría, según lo vemos reflejado en el texto de hoy.
La expresión ‘un corazón que entienda’ en el idioma hebreo significa sabiduría, y podría ser traducido como prudencia, sensatez, equilibrio, buen juicio o sentido común. La sabiduría es el principio del éxito. Con sabiduría eres capaz de materializar cualquier sueño y acometer cualquier empresa. Salomón sabía que sin sabiduría no tendría condiciones de guiar a un pueblo tan grande como Israel.
Benditos los seres humanos que tienen consciencia de su falta de sabiduría. No eres todo, no lo sabes todo y mucho menos lo puedes todo. Solo la sabiduría te abre los ojos y el entendimiento para pedir ayuda, y para extraer de las personas lo mejor de ellas, permitiéndoles alcanzar su propio desarrollo.
En Acción
¡Busca a Dios y pídele sabiduría! Comprobarás que es un bien más valioso que todo el oro del mundo. Canta “La oración de Salomón” (si es posible, con tu familia).