2 de abril | TODOS
«Pero el rey Salomón amó, además de la hija del faraón, a muchas mujeres extranjeras, de Moab, de Amón, de Edom, de Sidón y heteas; y tuvo setecientas mujeres reinas y trescientas concubinas, y sus mujeres le desviaron el corazón» (1 Rey. 11: 1-3).
Por los meandros oscuros de las pasiones, caminos donde la luz se esconde, se fue extraviando Salomón sin darse cuenta. Cuando quiso reaccionar ya era tarde, ya los últimos rayos de sol se habían recogido. La lechuza cantaba su triste cántico de ave nocturna, y el joven rey, que ya no era tan joven, se hundía cada vez más en las arenas movedizas de sus desvaríos.
Dos errores garrafales, con el tiempo, abonaron su tragedia. «Amó a mujeres extranjeras» y «amó a muchas mujeres». Como advirtiera Dios al pueblo, el matrimonio con mujeres paganas involucraba el riesgo de caer seducido por la idolatría. Además, al establecer la familia, el Creador tomó como base un hombre y una mujer. No un hombre y varias mujeres.
Pero la influencia del entorno es traicionera. No percibes la manera lenta e insidiosa en que se va apoderando de ti. Israel vivía rodeado de culturas donde la idolatría y la poligamia eran el pan de cada día. Y aun contando con la luz roja divina que anuncia el peligro, se dejó influir por las peores costumbres de otros pueblos. Así le ocurrió también a Salomón, quien se dedicó a acumular esposas y concubinas en lugar de seguir su camino de la sabiduría.
«Salomón no tuvo nunca más riqueza ni más sabiduría o verdadera grandeza que cuando confesó: “Yo soy un niño pequeño, y no sé cómo me debo conducir”» (Elena G. White, Liderazgo cristiano, pág. 31). Y se puso en manos del Señor.
Las consecuencias de su separación de Dios no se dejaron esperar. Aparecieron como nubes cargadas, empujadas por los vientos de su rebeldía. Enemigos de varios tipos y por variadas razones surgieron como olas malignas de destrucción. El principal de ellos fue Jeroboam, que dividió el reino. El monolítico pueblo que los enemigos no habían podido deshacer fue demolido por las pasiones de un rey que no fue capaz de someter su voluntad a Dios.
¿Qué podríamos decir de ti y de mí?
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No es cuestión de salirte del mundo, mucho menos de mirar por encima del hombro a los «mundanos». Pero sí vale la pena que cultives el espíritu crítico ante todo lo que ves, sea entre aquellos como en tu propio entorno religioso.