6 de abril | TODOS

Elías es llevado al cielo

«Aconteció que mientras ellos iban caminando y hablando, un carro de fuego, con caballos de fuego, los apartó a los dos, y Elías subió al cielo en un torbellino» (2 Rey. 2: 11).

Corazón absorto, casi sin palabras, nada a su vuelta le importaba, a no ser el carro de fuego tirada por caballos dorados que se llevaba a su maestro. Eliseo contempló ese carro esplendoroso, refulgente, como si fuese transportado por millares de ángeles. Nada de lo que le rodeaba le pertenecía más, de puro concentrado que estaba en lo que miraba. Se hallaba como ausente, como si estuviese en el mismo cielo a donde su guía y consejero se dirigía.

La sorprendente escena sobrevino mientras «iban caminando y hablando», como andan el discípulo y el maestro. El texto bíblico afirma que el carro de fuego «los apartó a los dos». Esta separación seguramente fue real desde el punto de vista físico. Nuestros ojos ven solo lo que está delante de nosotros. Pero la realidad para Eliseo era diferente. El Espíritu que había guiado a Elías ahora estaba con el discípulo. A fin de cuentas, le había pedido al maestro una porción doble del mismo espíritu que obró maravillas en el ministerio de su mentor.

Elías subió al cielo. Fue el segundo ser humano que no conoció la muerte, símbolo de aquellos que un día heredarán la gloria celeste sin pasar por el lecho de muerte. La última generación de hombres y mujeres que precederá a la segunda venida de Cristo será también una generación que, como Elías, haya aprendido a andar y a vivir en el Espíritu.

Este caminar en la fe no es una simple teoría, sino una experiencia diaria de comunión con Jesús, a través del estudio diario de la Biblia y de la oración. Nada en el mundo debe impedir esta conexión con Jesús.

En Acción

Antes de iniciar tus actividades, asegúrate de que Jesús sea algo más que un nombre bonito, o un concepto teórico. Que sea tu vida, tu aliento, la paz en medio de las tormentas del camino. Sigue su dirección y prepárate para ser trasladado al cielo, sin conocer la muerte, con ocasión de su Segunda Venida.