7 de abril | TODOS
«Él le dijo: “Ve y pídeles vasijas prestadas a todos tus vecinos, vasijas vacías, todas las que puedas conseguir. Luego entra y enciérrate junto a tus hijos. Ve llenando todas las vasijas y poniendo aparte las que estén llenas”» (2 Rey. 4: 3-4).
La medida de tu fe es la medida de las bendiciones que recibirás. La viuda de esta historia podría haber llenado con aceite todas las vasijas de Israel si hubiera querido, pero recibió de Dios solo lo que fue capaz de esperar. Una vez que entró en su casa, la puerta se cerró.
Al principio tal vez no creyese en la palabra del profeta. Cumplió la instrucción de solicitar vasijas vacías a sus vecinos, pero lo hizo formalmente, solo para agradar al hombre de Dios. En el fondo, no entendía por qué tenía que pedir vasijas prestadas. Ignoraba que la fe no necesita entender, sino confiar. El profeta le había dicho que pidiera todas las que pudiera conseguir. Ella juntó las vasijas, pero su obediencia no fue fruto de su fe, sino solo el resultado de su respeto por la palabra del enviado de Dios.
Y el milagro sucedió. Inesperadamente, las vasijas se llenaron y el aceite continuó sin agotarse. Tal vez entonces ella se plantease pedir tiempo al profeta para salir y buscar más vasijas vacías, pero ya era tarde. La puerta estaba cerrada. No había más oportunidad.
¿Hasta qué punto eres capaz de confiar en las promesas divinas? La palabra de Dios es locura para los humanos, pero sabiduría y poder para los que confían. Conocí a un delincuente condenado a cadena perpetua, autor de varios asesinatos y otros delitos. Un día, en la celda inmunda de una prisión se encontró con Jesús y reclamó el cumplimiento de sus promesas. Y el Señor oyó el clamor de este hombre. Sus vasijas fueron llenas. Las puertas de la prisión se le abrieron y él hoy es un ciudadano que ayuda a los jóvenes a recuperarse de las drogas.
Milagros que nadie entiende. Solo nos resta aceptarlos y confiar.
En Acción
No pongas límites a lo que Dios puede hacer por ti. Vive tu vida, haz todo cuanto de ti dependa, pero nunca desfallezcas cuando veas que la cuesta se empina demasiado: él te acompaña para infundirte su aliento.