8 julio | Niños
«He aquí que en las palmas de las manos te tengo esculpida»
Isaías 49: 1
Imagina por un momento una niña cuya llegada al mundo no fue esperada con alegría por sus padres. Ellos, no deseando su nacimiento, acudieron a un médico en busca de ayuda para evitarlo. Este médico utilizó un método cruel, introduciendo en la madre una sustancia dañina con la esperanza de que la niña no sobreviviera. Sin embargo, contra todo pronóstico, ella nació. ¿Puedes creerlo? Pero su historia no termina ahí; sus padres la abandonaron, dejándola sola en el mundo.
Esta niña, llamada Juana, enfrentó grandes desafíos desde el principio. El líquido que usaron para intentar dañarla tuvo efectos negativos en su salud. El médico incluso predijo que Juana nunca podría ver ni caminar. Sin embargo, el amor y la compasión se cruzaron en su camino en la forma de una mujer que amaba a Jesús. Esta mujer se convirtió en su cuidadora y, gracias a un tratamiento adecuado, Juana logró lo impensable: ¡empezó a ver y a caminar! ¿Te imaginas el poder de la esperanza y el amor en su historia?
La situación de Juana nos hace reflexionar sobre lo triste y cruel que puede ser el abandono, especialmente cuando proviene de aquellos que deberían protegernos y amarnos incondicionalmente.
La Biblia nos habla de cómo, incluso frente a la indiferencia o el abandono humano, siempre podemos encontrar consuelo y amor en Dios. Él es como un padre que nunca nos abandona, que nos tiene grabados en la palma de sus manos. ¿No te parece reconfortante saber que siempre somos amados y recordados por Dios, sin importar nuestra situación?
En acción
¿Qué tal si dibujas en la palma de la mano de tu papá o de un ser querido un corazón, y luego escribes tu nombre en ella? Será un hermoso recordatorio de que, al igual que Dios nos tiene presentes, también hay personas en nuestras vidas que nos valoran y nos guardan en su corazón.