20 enero | Niños
«Ven, por tanto, ahora, y te enviaré al faraón para que saques de Egipto a mi pueblo, a los hijos de Israel» Éxodo 3: 10.
Tras el fallecimiento del bondadoso José, su familia continuó creciendo en Egipto. Sin embargo, el tiempo trajo un nuevo faraón que no recordaba a José. Viendo en la numerosa familia hebrea una amenaza, el faraón sometió a los hebreos a la esclavitud y decretó la muerte de todos los recién nacidos varones hebreos.
En medio de este oscuro periodo, nació un niño destinado a la grandeza. Sus padres, conscientes del peligro, lo ocultaron cuanto pudieron. Finalmente, su madre construyó una cesta resistente al agua, colocó al bebé dentro y lo dejó en el río Nilo, confiando su destino a una providencia mayor, mientras Miriam, su hermana, observaba desde la orilla.
La providencia guio a la princesa egipcia hasta el río, donde descubrió al niño entre las cañas. Movida por la compasión, decidió adoptarlo. Miriam, viendo la oportunidad, se ofreció a encontrar una niñera para el niño, llevando a la princesa a aceptar sin saber que estaba devolviendo al bebé, que sería conocido como Moisés, a los brazos de su madre biológica.
Moisés creció en el hogar de sus padres hasta los doce años, período durante el cual aprendió sobre el Dios del Cielo, la caída de Adán y Eva, y el constante cuidado y deseo de Dios de liberar a su pueblo. Era claro que Dios tenía un propósito especial para Moisés.
En acción
Reflexiona sobre un momento en tu vida en que sentiste la protección divina. Repite esto: «¡Dios me protegió porque tenía un plan para mí, igual que lo tenía para Moisés!».