19 mayo | Adolescentes
«Mi pecado te declaré, y no encubrí mi iniquidad. Dije: Confesaré mis rebeliones a Jehová; y tú perdonaste la maldad de mi pecado.» Salmos 32: 5
El Salmo 32 se trata de algo muy especial: el perdón de Dios. Pero, ¿sabes lo que es el perdón divino? Es cuando Dios borra nuestros errores, como si nunca hubiéramos hecho nada malo. ¡Qué maravilla! Sin embargo, para recibir ese increíble perdón, necesitamos confesar nuestros pecados: «Mi pecado te declaré, y no encubrí mi iniquidad. Dije: Confesaré mis transgresiones a Jehová; y tú perdonaste la maldad de mi pecado». Confesar significa decirle a Dios exactamente lo que hemos hecho mal, no solo pedir perdón de forma general. Cuando oramos, somos tentados a decir «Perdona mis pecados, en el nombre de Jesús, Amén». Imagino a Dios escuchando nuestra oración y preguntando: «¿Qué pecados, hijo mío?».
Cuando confesamos, estamos siendo honestos con Dios y con nosotros mismos sobre nuestras fallas. La Biblia nos promete que, cuando hacemos esto, Dios nos perdona y nos da una nueva oportunidad. «Pero es que hago muchas cosas mal, no me acuerdo de todas como para pedir perdón por cada una de ellas todos los días», podrías decir. Por esta razón, en nuestra iglesia tenemos un momento muy especial llamado la Santa Cena y lavamiento de pies, donde renovamos nuestra alianza con Cristo y recibimos Su perdón por los pecados que olvidamos confesar. Si ya eres lo suficientemente maduro para entender esto, ¡planea participar en la próxima ceremonia de este tipo celebrada en tu iglesia!
En Acción:
Separa algunos minutos para un momento de confesión personal. Cada miembro de la familia puede ir a un lugar tranquilo y privado para hablar con Dios. Confiesa tus pecados, sean grandes o pequeños, y pide perdón. Recuerda, Dios nos ama y siempre está dispuesto a perdonarnos cuando confesamos nuestros errores con sinceridad.