5 agosto | Adolescentes
«Mi Dios envió su ángel, el cual cerró la boca de los leones para que no me hicieran daño, porque ante él fui hallado inocente; y aun delante de ti, oh rey, yo no he hecho nada malo.» Daniel 6: 22
Daniel era un joven de oración. Tenía el hábito de hablar con Dios tres veces al día. Como se destacaba mucho en su reino, algunos hombres se llenaron de envidia y empezaron a buscar algo que Daniel hiciera mal para culparlo. Como no encontraron nada (¡increíble, ¿verdad?), tramaron un plan para que el rey hiciera una ley que prohibiera a las personas orar a cualquier otro que no sea el rey. ¡Qué trampa contra Daniel! Si alguien desobedecía esta ley, sería arrojado a un foso lleno de leones.
A pesar de esta ley, Daniel no dejó de orar. Por eso, fue descubierto y lanzado al foso. ¿Adivinas qué pasó? Dios envió ángeles para que cerraran la boca de los leones, ¡y Daniel no sufrió ni un rasguño! Esto nos demuestra que cuando estamos con Dios, Él puede realizar asombrosos milagros con tal de protegernos.
La historia de Daniel nos enseña lo importante que es dedicar tiempo para hablar con Dios. Daniel oraba tres veces al día, y nosotros también podemos hacerlo. A veces salimos de casa sin orar, comemos o dormimos sin agradecer a Dios por sus bendiciones. Recuerda: Dios es nuestro amigo, así que habla con Él a través de la oración. ¡Nunca sabremos cuántos peligros evitamos al orar!
En Acción:
Intenta orar tres veces al día, como Daniel. Puedes orar por la mañana al despertar, por la tarde y antes de dormir. Puede ser una oración corta, agradeciendo a Dios por el día, pidiéndole protección o hablando sobre lo que está en tu corazón. Recuerda, la oración es como una conversación con un amigo muy especial: ¡Dios!