13 noviembre | Adolescentes
«Sino que se despojó a sí mismo, tomó la forma de siervo y se hizo semejante a los hombres. Mas aún, hallándose en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz.» Filipenses 2: 7,8
Ser humilde no es solo pensar menos en uno mismo, sino pensar menos en uno y más en los demás. Esta es una cualidad de quien sabe el valor que tiene, pero no se enorgullece de ello, eligiendo poner las necesidades y el bienestar de los demás por encima de sus propios intereses. El mundo sería mucho mejor si fuéramos más humildes, ¿no es así? La humildad es uno de los rasgos más hermosos que alguien puede tener, porque muestra fortaleza, no debilidad.
En Filipenses 2: 5-11, encontramos el mayor ejemplo de humildad de todos los tiempos: Jesucristo. Él, siendo Dios, teniendo toda la gloria y majestuosidad, no usó su posición para exaltarse, sino que eligió hacerse humano, despojándose de todo eso. Al vivir entre nosotros, Jesús no buscó privilegios ni honores. Vivió una vida marcada por la simplicidad, dedicándose siempre a servir y enseñar. Al ofrecerse en sacrificio por nosotros, Jesús no solo mostró el ápice de la humildad, sino que también nos enseñó el verdadero significado de amar a los demás. Somos humildes cuando elegimos poner las necesidades de los demás por encima de las nuestras, cuando servimos en lugar de ser servidos. Por eso, sabemos que seguir a Jesús significa abrazar la humildad como un estilo de vida, y no centrarnos tanto en mejorar nuestro día a día, sino el de las personas que nos rodean.
En Acción:
Esta semana, elige realizar una tarea que normalmente no harías, como limpiar un espacio común, sin que nadie te lo pida o lo sepa. Hazlo como un acto de servicio, reflexionando sobre la humildad de Jesús al servir a los demás en silencio.